Pregunta millonaria

Las llamadas de la tele a los espectadores para regalarles dinero demuestran que el vínculo vencerá cualquier transgresión tecnológica

Fue una tragedia. Toñi Moreno —siempre Toñi— conducía Viva la vida cuando por imperativo del guión alguien del programa llamó a una persona elegida al azar. La idea era regalarle 41.000 euros. Lo más normal del mundo. Para consumar la operación, la persona al otro lado de la línea tenía que decir cinco palabras mágicas a la manera de un saludo: “En verano disfruto viendo Telecinco”. Contestó una mujer, y la desgracia para ella es que dijo lo que cualquiera diría en el mundo de los mortales, no así en Telecinco: “¿Diga?”. Toñi Moreno le dio una noticia como para volverse a la cama y no despertar en diez años: había perdido 41.000 euros.

La cosa no se quedó ahí. La mujer derrotada justificó su desatino: estaba cuidando a su esposo enfermo, y eso la despistó. Lo explicó entre lloros hasta que se quebró: “No, por favor, que estoy todos los días pendiente de esto”.

Todos los días.

Este tipo de sorteos, que no exigen al espectador más que una fidelidad de secta para llevarse dinero a casa sin hacer nada, existen desde hace tiempo. Los recuerdo también en la televisión pública. “Hoy vamos a regalar un montón de dinero”, decían felices de la vida los presentadores. Con el tiempo, las preguntas que formulan los programas para que el telespectador acierte han devenido en acertijos para un niño de Primaria, como aquel concurso de Ramón García.

Quizá la televisión perdurará en los hogares por más que la tecnología madure con nuevos aparatos. Ese vínculo entre el programa y el espectador que espera todos los días a ganar dinero después de que suene el teléfono es casi indestructible. Aunque para el que está en el sofá parezca sólo una expectativa.