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Pulpo como animal doméstico

Por Andrés Ortiz Tafur - Junio 20, 2017
Pulpo como animal doméstico
En 'Pulpo como animal doméstico' el escritor Andrés Tafur llega a una conclusión: todos los partidos de la oposición necesitan a Rajoy.

No soy sociólogo, pero me temo que aun han de transcurrir unos cuantos años para que el número de votantes del Partido Popular se reduzca a unos niveles que permita un gobierno en el que no sea precisa la implicación de los tres grandes partidos de la oposición. Sin embargo, creo que la mera acción de los vasos comunicantes, entre estas tres formaciones, serviría para resituar un punto de partida más honesto y real; porque la supervivencia de Mariano Rajoy apenas obedece al desacuerdo de los demás y recuerda a ese anuncio en el que alguien amenazaba con llevarse el tablero de juego, si no se le aceptaba pulpo como animal doméstico.

Pienso, incluso, en los actuales simpatizantes del Partido Popular. Su perseverancia solo viene a reafirmar la frase que hace unas semanas soltaba el periodista Jorge Bustos: “Prefiero a un gobernante corrupto que a un comunista en el poder”; y tal vez la única manera de derruir la vigencia de esta sentencia sea caminar en aras del término medio, porque en esa pobreza de espíritu se guarda un amplísimo espectro de la población, que cuenta con idénticos derechos a los nuestros, y la otra posibilidad que nos queda se resume en una ardua resignación.

Existe, prácticamente, un empate técnico entre derecha e izquierda en el Parlamento. La corrupción política se encuentra entre las principales preocupaciones de los españoles. Todos los partidos repiten hasta la saciedad que resulta inadmisible la continuidad del actual gobierno; todos, sin excepción, recalcaron, durante sus campañas electorales, que desplazar al Partido Popular sería su prioridad; algunos, aquellos sobre los que había duda, prometieron que jamás facilitarían con sus votos la investidura de Mariano Rajoy. ¿Por qué esta manía de desdecirse, de justificar lo injustificable, de tratarnos como niños, que poco entienden? En una hipotética auditoría de sinceridad suspenderían todos; y no se sonrojan en exceso por ello, prosiguen a sabiendas de que la carencia de alternativas nos convierte en reclusos de un régimen trucado.

Nadie quiere perder una pierna, pero las películas nos han enseñado que a veces se hace necesario beber un buen trago, morder fuerte un pañuelo y aprender a caminar de nuevo, ayudándonos de muletas. La composición del arco parlamentario exige diálogo, término medio, sentido común. Ninguna formación cuenta con apoyos suficientes para gobernar sola e imponer, por entero, su programa, y en la negativa sistemática a un probable entendimiento que todas muestran solo se aprecia desprecio a la población y estrategia partidista, a medio plazo. No juega limpio Pablo Iglesias, cuando le pide a Pedro Sánchez que intente entenderse con ERC, porque bien sabe que eso, por el momento, compone un imposible (obviando matizaciones y pareceres), ni llevando a cabo una moción de censura sin todos los jugadores sobre el terreno de juego; y la animadversión que se empecina en demostrar Albert Rivera hacia Podemos está cargada de imbecilidad, porque en un supuesto pacto a tres prevalecería el consenso y frenaría, de hecho, la imposición de políticas extremas.

Creo que ninguno quiere que se vaya Rajoy, que todos precisan de ese saco de boxeo, de esta pretemporada, y que, por más que escenifiquen su indignación, les importamos poco, poquísimo. Sin más.

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