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LOS ÚLTIMOS SUPERVIVIENTES

LOS ÚLTIMOS SUPERVIVIENTES

Por Javier Esturillo - Abril 28, 2018

Lugar de encuentro de cinéfilos y reducto de la nostalgia asociada al séptimo arte, los videoclubes de la provincia resisten heroicos el embate de las nuevas tecnologías, la desigual competencia de la piratería y el acecho constante de la televisión a la carta. Sin embargo, todo indica su inevitable desaparición de la faz de la tierra.

Están en Jaén, Linares, La Carolina y Andújar. Negocios que mantienen un punto romántico y melancólico que los hace diferentes, a pesar de que las cifras que manejan sus propietarios nada tienen que ver con la época dorada del sector, allá por los 80 y 90. A ojos de mucha gente, Francisco Javier podría pasar como un bicho raro, alguien con costumbres extravagantes como, por ejemplo, ir con frecuencia al videoclub para alquilar un DVD y, por supuesto, verlo esa misma noche. "No me he descargado una película en la vida", reconoce.

No tiene internet y el Videoclub Las Nubes, ubicado en la linarense calle Sagunto, es uno de sus refugios preferidos los fines de semana. Allí lo podemos ver recorrer los pasillos, con los ojos abiertos como platos en busca del último estreno o del clásico que no pudo ver en la gran pantalla. Pasan muchos minutos hasta que se decide. La liturgia para alquilar la película lleva implícito una serie de reglas no escritas: Mirar la carátula, leer la sinopsis y, por supuesto, preguntar a Carolina Cruz y Ana Asensio, las propietarias del establecimiento. Porque si Francisco Javier es una rara avis ellas lo son aún más. Montaron el videoclub hace tres años, en plena decadencia de un negocio que apenas da para subsistir en la mayoría de los casos. Pero ellas se pusieron el mundo por montera y decidieron desafiar las leyes de la naturaleza. Dos emprendedoras a las que Quentin Tarantino pondría en los créditos de uno de sus films sin pensarlo.

 Ana Asensio y Carolina Cruz son las propietarias de Videoclub Las Nubes en Linares.
Ana Asensio y Carolina Cruz son las propietarias de Videoclub Las Nubes en Linares.

Lo suyo es puro heroísmo, pero también una manera de aprovechar un nicho de mercado que sigue latente en la ciudad de las minas, donde comparte escenario con otros establecimientos del ramo, como Rivera, abierto desde hace más de 30 años, pero que ahora se dedica más a la venta de chucherías, y Bluster Store, en la calle Tetuán, número 23. Les empujó también la necesidad de abandonar las listas del paro y emprender una nueva trayectoria profesional en algo que le gusta. Han pasado tres años de aquella locura y, por ahora, el negocio marcha. Les da para pagar los gastos corrientes, sacarse un pequeño sueldo y tirar para adelante, que no es poco en un municipio en el que la crisis se ha hecho eterna.

Ellas no tienen intención alguna de cerrar y asombra su optimismo. "Lo llevamos bien, cada día hacemos socios nuevos, la acogida de la gente es bastante buena y disfrutamos con lo que hacemos", dice Carolina convencida de sus posibilidades. Además, tienen un ojo clínico para sus clientes. Nada más cruzar la puerta del local, sabe qué vienen a buscar y cómo pueden ayudarles. Ese es un plus que da un valor añadido a su trabajo y a que el negocio vaya bien. Si alguien lleva un mal día, ellas le ofrecen una buena comedia para levantar el ánimo. Si la pareja ha reñido por algo, interceden con un peli para que la noche termine con un beso de reconciliación. Y siempre con una sonrisa en los labios.

Sobre los gustos de sus socios, hay de todo como en botica, pero siempre suele ganar la batalla el cine comercial: las películas de acción, la comedia romántica o las de terror. Aunque no solo de los 'bombazos' palomiteros vive Videoclub Las Nubes. En los estantes de sus pasillos hay un hueco para el cine menos taquillero. "Tratamos de mantener esas películas, si bien es cierto que el tipo de cliente que tenemos nos demanda los estrenos americanos. Nosotras tratamos de recomendarle una buena película española, que las hay", subraya Ana. Ana y Carolina forman parte de ese grupo de irreductibles que es capaz de sobrevivir a una profesión que muchos ya consideran caduca.

Se han convertido en símbolos de la resistencia ante la oleada tecnológica y el empuje imparable de internet, como Juan Antonio García, propietario de Videoclub García, en la calle Manuel Jontoya de Jaén. Es el más antiguo de cuantos sobreviven en la provincia. Lleva al pie del cañón desde 1981, cuando, después de regresar de la mili, decidió abandonar su oficio de relojero para centrarse de lleno en el alquiler de películas. Tenía solo 19 años. Nos atiende tras el mostrador de un negocio por el que han pasado hasta tres generaciones de jiennenses. Es un tipo bonachón, de educación exquisita y que desborda empatía. Quizá esto último sea la clave de la longeva existencia de su establecimiento, que cuenta con más 2.700 títulos en su catálogo. 

Es miércoles por la mañana y apenas hay gente, se deambula con fluidez por los pasillos llenos de estanterías con películas en venta y de alquiler. Encima de una de ellas, la destinada a las palomitas, las patatas fritas y una amplia variedad de chucherías, una televisión se mantiene encendida junto a un DVD y una reliquia del pasado: un vídeo VHS. La época dorada de los videoclubes coincide, precisamente, con este formato. Eran los 80 y 90. Los años de Bud Spencer y Terence Hill, de Andrés Pajares y Fernando Esteso, de Los Goonies, E.T, Terminator o Los Gremlins. Eran tiempos de vino y rosas. El negocio de Juan Antonio García iba viento en popa y a toda vela.

"Llegué a tener hasta colas en las puertas del videoclub. Era impresionante", recuerda, como es lógico, con nostalgia. Solo él queda de aquellos tiempos en los que se abría un videoclub en cada manzana de la capital. "Llegamos a convivir hasta 35. Hubo 20 años realmente buenos. A partir de 2007, empezó el declive", rememora Juan Francisco García, el 'último mohicano' en la capital. El local de Videoclub García ha ido menguando a la misma velocidad que el modelo tradicional de alquiler y venta de películas ha sucumbido ante una crisis virulenta, el asedio de las plataformas de streaming y el aluvión de descargas y consumo casero más allá de la legalidad, que en nuestro tradicionalmente pícaro país tiene un vasto caldo de cultivo.

Ante eso, el videoclub, como un barco de papel en pleno maremoto, mantiene una dura batalla diaria por la supervivencia. Si su establecimiento se mantiene en pie se debe, en gran parte, a su esfuerzo personal y a unos precios más que asequibles para el bolsillo. A Juan Antonio García le quedan 9 años para jubilarse y piensa hacerlo con las botas puestas y al frente del negocio que le ha dado tantas alegrías a lo largo de estos 37 años, aunque no es ajeno a la realidad. "Las cosas están complicadas. Cada vez vienen menos películas de primer nivel por culpa de la piratería y es difícil hacer nueva clientela, pero la que tengo es fiel", señala.

 Juan Antonio García regenta en la calle Manuel Jontoya el último videoclub en pie de la capital. Foto: Carmen Copado
Juan Antonio García regenta en la calle Manuel Jontoya el último videoclub en pie de la capital. Foto: Carmen Copado

El Videoclub García, que debería aparecer en las guías turísticas de la ciudad, porque es tan conocido como la mismísima Catedral, también ha proporcionado formación cultural de primer orden. Hubo un tiempo en que cruzar su puerta era como acceder al nirvana: ahí estaba todo, las últimas novedades del cine comercial, los clásicos eternos, la deliciosa basura de la serie B y, por supuesto, porno.

El videoclub era una reserva espiritual para el ocio y el vicio: perdedores y justicieros, comedias y orgías, cosas de Disney y la etapa de Hitchcock; cualquier necesidad retiniana hallaba ahí satisfacción. "No es igual, ni mucho menos, venir a la tienda, buscar las películas, tenerlas físicamente, ver las carátulas… No es lo mismo que internet. Que podrá ser muy cómodo, pero da problemas muchas veces de imagen o de sonido. Llevarte una película es algo que haces tuyo. Por internet jamás tienes esa sensación", apunta. Su videoclub es también una zona de encuentro, un centro de reunión para hablar de cine y de lo que se tercie. Porque Juan Antonio García ejerce en muchas ocasiones de psicólogo para una clientela que con el paso del tiempo se ha ganado la confianza hasta alcanzar la amistad. A 68 kilómetros, se encuentra otro de los establecimientos históricos de nuestra provincia, Vídeo Carolina, abierto al público desde principios de los 90 de la mano de Paco Sabiote, más conocido por su faceta como entrenador de fútbol.

Hoy lo regenta su hijo tras su jubilación. Paco Sabiote afirma que la rentabilidad es cero. Su suerte es que el local es de su propiedad, por lo que los gastos se reducen una barbaridad. Reconoce, del mismo modo, que la época gloriosa de los videoclubs no volverá y que están en peligro de extinción, no solo en Jaén, sino en el resto del Estado. La curva de éxito del videoclub se prolongó toda la década pasada, con la llegada del DVD. Unos años antes ya sufrieron una crisis -por la llegada de las televisiones privadas, y sobre todo de Canal Plus-, pero aquel bache se superó sin problemas. El que ya parece insalvable es el que comenzó en 2007. Siempre se ha preocupado por la imagen del establecimiento. Que todo estuviera en su sitio. Y, sobre todo, en ayudar a los clientes más indecisos, aunque Paco Sabiote no sea especialmente cinéfilo. "Siempre he estado liado con el fútbol y me ha costado bastante aprender de cine", admite.

El negocio de Paco Sabiote es toda una institución en La Carolina hasta tal punto de que le han dedicado más de una coplilla carnavalera. Forma parte del paisaje del pueblo y es historia viva para varias generaciones. "El día que se cierre más de uno nos añorará porque es una reliquia del pueblo", comenta con cierto orgullo. Dice, acto seguido, que la clave del éxito eran los "bombazos" y traer cuantos más mejor. "Llegué a poner veinte copias de un mismo título". "Las normalitas, una o dos", añade en referencia al cine independiente o poco taquillero. Lejos quedan los buenos tiempos. Cree que Vídeo Carolina da sus últimos coletazos y se mantendrá hasta que su hijo quiera, ya que "no da para más".

 Los Sabiote, padre e hijo, en el interior de Vídeo Carolina.
Los Sabiote, padre e hijo, en el interior de Vídeo Carolina.

Durante una tarde cualquiera en un videoclub, el goteo de clientes es constante pero lento. El volumen de trabajo sube los viernes por la tarde y los sábados, y se vuelve frustrantemente plácido entre semana. Paco Sabiote y su hijo siguen levantando la verja cada día para los muchos clientes que todavía disfrutan del cine que se alquila por horas. Otro de los que capea el temporal es Videoclub Sur, en el número 10 de la calle Emperador Trajano de Andújar, con cuyo dueño hemos tratado de contactar sin éxito, pero del que sus otros compañeros de profesión hablan realmente bien. Quizá porque entre ellos existe el vínculo especial, del último superviviente, del que se reiventa a cada paso para superar los reveses de un sector que dibuja una peligrosa línea descendente. Son cuatro videoclubes de ejemplo de la situación de este tipo de negocios en la provincia.

Fotos y vídeo Videoclub García: Carmen Copado  Nota del autor: Dedicado a José Ramón Casado

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