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Prevención de riesgos laborales: ¿realidad o mito?

Por Juan Ramón Jódar - Octubre 30, 2021
Prevención de riesgos laborales: ¿realidad o mito?
Concentración en julio tras las muertes por accidentes laborales. Foto: Javier Esturillo.

La ley de prevención de riesgos laborales cumplirá el próximo 8 de noviembre 26 años de vigencia. En todo este tiempo, esta ley ha tenido sus luces y sus sombras, o al menos es, lo que en mi experiencia, se manifiesta en la calle. En este texto, quiero centrarme principalmente en las sombras, ya que es lo que impide a esta ley llegar a alcanzar su propósito real, que no es ni más ni menos que impedir que ocurran accidentes en la empresa y, en los casos más graves, salvar vidas.

Al ser de obligado cumplimiento, algunas empresas ven la ley de Prevención de Riesgos Laborales (PRL), como un “sacadineros” como ellos mismos expresan. Un documento que han de hacer si o si para cumplir con la legalidad de nuestro país, el cual los está ahogando en gastos (la luz, seguros,…).

He aquí donde comienza la primera y, a mi entender, la principal sombra de la misma: no se ha conseguido que se adquiera una consciencia o cultura preventiva a nivel interno de la empresa. Ojo, he dicho a nivel de la empresa, por lo que el problema no sólo radica en la mente del empresario, sino también en los propios trabajadores.

¿Qué es la consciencia preventiva? Centrándonos primero en la figura del empresario, la consciencia preventiva consistiría en comprender, sin utilizar palabras rimbombantes ni largos textos, que aquellos a los que ha contratado han puesto sus vidas en sus manos. Puede sonar algo melodramático, pero la realidad es esa.

Evidentemente, no es lo mismo un puesto de trabajo de minero que un administrativo, pero, ¿acaso no tienen todos los puestos de trabajo un riesgo de accidente? Si nos vamos al primer caso, un trabajador de minería, es claro los peligros que corre: silicosis, caídas, derrumbamientos, etc. Por tanto, en esta empresa si se puede ver con claridad que el trabajador depende del empresario. Este debe de velar que los equipos que pone a su disposición estén en buenas condiciones, así como que su estado de salud no se vea deteriorado debido a la actividad que realiza, etc.

Por tanto, en este primer ejemplo tenemos bastante claro que el empresario debe de tener consciencia preventiva. Pero, ¿y en el segundo? Pues, aunque haya gente que no lo vea, el puesto de administrativo también conlleva sus riesgos. ¿Acaso el tropezarse con un cable no puede producir una caída? Y, como producto de esta caída, ¿no puede producirse un golpe en la cabeza o la espalda que provoquen una lesión permanente o incluso, algo peor? Algunos pueden decir que esto sería demasiado catastrofista y que no es real... y sin embargo, pasa.

Ahora, pasemos al otro lado. Los trabajadores. Muchos (más de lo que me gustaría) no tienen la consciencia de que todas nuestras visitas, correcciones, revisiones, etc., es un intento de que no les pase nada durante su trabajo o, si les pasa, que sea lo menos posible. Sin embargo, su percepción es muy distinta. Para algunos, no somos nada más que unos “roba tiempo”, “pesados”, “culturillas”, etc. ¿Por qué piensan así? Algunos porque llevan tanto tiempo como la empresa tiene de existencia en su puesto de trabajo y conoce los pormenores de cada máquina o procedimiento de trabajo mejor que nadie... y después los accidentes más graves, les ocurre precisamente por eso.

La experiencia es un grado, pero el exceso de confianza te vuelve descuidado. Tanto, que maquinistas quitan carcasas protectoras de las máquinas, que aíslan las partes móviles de las mismas con respecto al trabajador, para evitar accidentes como atrapamientos, cortes, golpes... solo porque, en su opinión, el motor de la máquina necesita refrigeración.

En lugar de proponer la adquisición de un nuevo equipo o de llamar al equipo de mantenimiento correspondiente, que certifique y repare la avería que provoca ese incremento de temperatura, prefieren seguir su experiencia y exponerse a ser dañados. Prefieren, en algunos casos, tirar de orgullo en lugar de admitir que, ciertos procedimientos/métodos de trabajo que ellos usan, están obsoletos o que incluso resultan perjudiciales para su salud. Y desde luego, ven los cursos de PRL como un parón en la empresa para descansar, la oportunidad de hablar con sus compañeros y, en definitiva, como una pérdida de tiempo.

No aprovechan estos cursos para aprender nuevos métodos de trabajo o porque hay que tener cuidado con no emplear de forma correcta los equipos de protección individual. Viendo esto, la figura del técnico de prevención es crucial. El técnico ha de hacer ver a trabajadores y empresario, que la prevención es por y para ellos. Que no es un documento que les sirve únicamente para salvar el cumplimiento documental de la Ley de PRL, de decoración o para criar polvo, sino que es algo orientado a la salvaguarda de la empresa y de su activo más importante, los trabajadores.

Porque, aquí quisiera plantear una única cuestión. Si un trabajador tiene la desgracia de sufrir un accidente, ¿cuánto le cuesta a la empresa? Tenemos que pensar que, no solo es pagar al trabajador mientras que está de baja, sino que también es contratar a un nuevo trabajador para que pueda suplirle en caso de bajas de larga duración. Es decir, pagar dos sueldos para un único empleo. Por tanto, en este punto, es evidente que tanto el trabajador, que ha sufrido el daño por la falta de formación, por imprudencia, etc.; como para el empresario, que ha de pagar a un trabajador que, virtualmente, no está produciendo y además le cuesta el dinero, hubieran preferido tener a alguien que le advirtiera de los peligros de su actitud a esta situación.

Por todo esto, la PRL es necesaria en la empresa. A pesar de todo esto, puedo decir esperanzado que la mayoría de las empresas si están adquiriendo esta consciencia preventiva y, poco a poco, los accidentes más graves que se pueden producir en ciertas empresas van disminuyendo. Es cierto que siempre ha habido, hay y habrá accidentes en el trabajo, pero de nosotros depende que sean los más leves posibles o, en la medida de lo posible, que no se produzcan nunca.

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