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Rotos de dolor

Por Javier Esturillo - Mayo 31, 2017
Rotos de dolor
Juan Ferrando consuela a Rosales y a Corpas tras el descenso a Tercera.

El linarensismo llora el fracaso del descenso a Tercera. No hay quien consuele a los cientos de niños que sienten los colores azulillos desde su nacimiento. Alejandro tiene diez años. Como cada domingo de partido, salió de casa pertrechado con su camiseta y bufanda del Linares. Agarró fuerte la mano de su padre y se dirigió hacia el Municipal de Linarejos con la tensión propia de un partido en la cumbre. Para él, no hay más equipo en el planeta que el de su ciudad. Al igual que para Marta, de 12 años de edad, que lleva inoculado el sentimiento azulillo en la sangre. Ambos son abonados antes de nacer. Llegaron a este mundo con un carné debajo del brazo. Sus habitaciones están decoradas con pósters, fotografías y recuerdos sus ídolos. Y no son Cristiano, Messi o Griezmann, como cualquier otro niño de su edad. Duermen mirando a Corpas, Lopito o Higinio Vilches, de quienes saben prácticamente todo. El domingo sus padres, veteranos de la piedra de Linarejos, trataban de mitigar su dolor con un nudo en la garganta. "Volveremos, siempre lo hacemos"; "No pasa nada, solo es fútbol"; "El Linares se levantará y el año que viene llorarás de alegría". Son algunas de las consignas que los progenitores susurraban a sus oídos. Pero no había manera. Alejandro solo quería estar solo.

Buscaba una explicación a lo ocurrido. No entendía lo que había pasado. No sabía qué iba a decir, al día siguiente, a sus compañeros de clase que son del Real Madrid. Ellos viven en un estado de alegría permanente. En una nube. No tienen la impresión de ser víctima de una especie de maldición. No están atrapados para siempre en los efluvios fatales del destino. Para ellos, todos los días es Navidad. El dolor es la conciencia de un descenso hacia la nada, de la delgada línea que separa el éxito del fracaso. La decepción de un crío que se equivocó de camiseta. O fue el padre o el abuelo. Que más da. Alguien de ese árbol genealógico no tuvo consciencia del daño que le produciría a su vástago en el futuro. Con lo fácil que hubiera sido cambiar la azulilla por la del Madrid, la del Barcelona o la del Bilbao. Se hubieran ahorrado ver a su hijo llorar por un descenso o una desaparición. Pero no, tuvieron que amargarle su existencia. Ver como once jugadores eran incapaces de hacerle feliz por una tarde. Evitarles el mal trago. Que la madre se quedará con la cena puesta encima de la mesa porque ni Alejandro ni Marta esa noche querían probar bocado. Solo deseaban dormir. Levantarse por la mañana y pensar que todo había sido una pesadilla. Son demasiado niños para pasar la etapa de duelo y desengaño que produce un desastre así.

Dicen que el sufrimiento nos enseña, nos hace más conscientes de las limitaciones y pone delante de nosotros la insignificancia de nuestros sentimientos. Yo lo dudo. Nos engañamos y pensamos que nada de lo sucedido es real, pero lo es. El Linares es el bien más preciado para las inocentes mentes de Alejandro y Marta. Quien reparará su añoranza y su tremenda decepción hasta que vuelva a rodar la pelota allá por el mes de julio. Pienso que nadie de los que han conformado la actual plantilla. Salvo tres o cuatro, el resto han demostrado ser unos niños mal criados que jugaban a ser estrellas y no son más que simples peloteros de tres al cuarto. Han dejado huérfana de ilusión a una masa social maltrecha, cuyo único refugio es un templo llamado Linarejos. Que Dios lo coja confesados.

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