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Shock

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Dos galgos cachorros jugando. Pixabay.

Estas últimas semanas han ocurrido cosas que ni el mismísimo Iker Jiménez podría explicar. Ya podría haberse conformado la actualidad con las declaraciones de Angelina Jolie hablando de su separación de Brad Pitt, con que el presidente de Islandia le haya declarado la guerra a la pizza con piña. O con mostrar a Urdangarín paseando tranquilamente en bici por Suiza mientras su mujer aún no sabe nada. "¿De qué?", responde siempre.

Pero no. Una ha sido en Madrid, en el Congreso de los Diputados, donde hace unos diez días se dio un paso más para aclimatar a los políticos al siglo XXI. Los diputados consiguieron dejar a un lado las revistas del corazón con los besos de Pablo Iglesias e Irene Montero y en un alarde de librepensamiento decidieron que, por qué no, los perros no dejaban ya de ser cosas. ¡Si hasta el mío se rasca los huevos!, gritó uno y se formó un concierto de aplausos que les hizo a todos chocarse las manos al grito de “¡el mío también se rasca los huevos. Si es que es como una persona!”.

Hasta hace unos días, el Código Civil equiparaba un perro con una bicicleta. Al menos ya se ha planteado que, cuando te está mirando, tu perro no es un insensible robot de esos que ahora dicen que nos pueden quitar el trabajo hasta a los periodistas, sino que dentro de él hay algo, aunque sea un deseo permanente de que le des un trozo de fuet. Pasito a pasito.

La otra ha sido en Jaén, aquí, en la provincia. Donde en una semana unos personajes han sido capaces de echar por tierra el trabajo de siglos de los políticos esforzándose en ser ellos la mejor excusa para explicar por qué todo va tan mal en el mundo que hasta los telediarios de España abren con los tuits de Donald Trump. Maldito desfase horario.

Uno, en Santiago Pontones, dejó a un perro mastín tan destrozado que tuvo que ser sacrificado. Otro, en Úbeda, tenía 14 galgos muertos de hambre y que malvivían entre la porquería. Dos ejemplos perfectos de lo mal que está el mundo que hasta los políticos parece que se comportan mejor que los ciudadanos. A este paso va a llegar el día en el que los perros se rasquen mejor incluso que los políticos. ¡Vaya cosas! Las que pasan, digo, no los perros.

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