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El talento, ¿nace o se hace?

Por Juan Alberto González - Mayo 21, 2022
El talento, ¿nace o se hace?
Foto: Pixabay.

Si nos preguntasen si el talento nace o se hace, responderíamos que el talento de la organización se hace, mientras que el de la persona tiene una doble dimensión: nace, pero también se hace. Construir una organización talentosa es una responsabilidad básica de sus gestores. ¿Qué es el talento? ¿Cómo se define? ¿Cómo se gestiona? ¿Cómo se reconoce?

Talento. Hay tres acepciones principales para esa palabra.
• La primera lo define como: inteligencia o capacidad de entender.
• La segunda lo califica como: aptitud o capacidad para el desempeño de algo.
• La tercera lo describe como: persona inteligente o apta para determinada ocupación.
Pero tener talento no significa que sea aplicable a todas las actividades que realiza una persona. 

Se puede tener talento para una determinada materia o actividad y ser una nulidad en otros aspectos de la vida.

Se puede ser un genio intelectual y un desastre en actividades manuales. Un caso típico es el de alguien que es un crack en matemáticas y un «oído cerrado» para los idiomas. Ejemplos hay para todos los gustos. Por eso cada persona debe conocer en qué destaca y centrarse en potenciar esas habilidades , sin que sea necesario abandonar otros campos.

El talento en las empresas

Sin entrar en mayores profundidades, podríamos afirmar que en una empresa coexisten dos tipos de talentos. El individual, atesorado en empleados y directivos; y el colectivo, que radica en su sistema de organización. El primero aporta creatividad y productividad personal y el segundo, todavía más importante si cabe: estructura la empresa, sus valores, órganos y funcionamiento, con la finalidad de optimizar el talento de sus trabajadores.

El talento es una característica eminentemente individual y, por ello, es deseable y necesaria, pero no suficiente. A corto plazo puede bastar, pero si el objetivo es a largo plazo hay que aumentarla con la inteligencia colectiva. 

Trabajar en equipo nos complementa, fomenta la confianza, aumenta el sentido de la pertenencia, comparte experiencias, establece objetivos comunes, mejora la comunicación y junto con la inteligencia, nos hace alcanzar los objetivos propuestos.

Como decía Michael Jordan: «El talento gana partidos, pero el trabajo en equipo y la inteligencia ganan campeonatos» .

¿Se nace o se hace?

Volvamos al origen. El talento individual ¿nace, o se hace? ¿Nacemos con un talento determinado o es una facultad que desarrollamos con esfuerzo y experiencia? El talento nace, pero hay que desarrollarlo y la mejor herramienta es la educación, que es quien puede conseguir rescatar y dar forma a ese saber innato.

Afirmar que el talento tiene un elevado componente genético no quiere decir que trabajo y dedicación no sirvan para nada. Al contrario, con dedicación se puede aprender a hacer casi todo. 

De hecho, una persona con talento, si no lo ejercita, nunca podrá desarrollarlo.
Podríamos decir que la capacidad potencial y total de talento es innata. Pero, al mismo tiempo, tenemos un techo tan alto, que prácticamente no alcanzaremos. Por eso, para que un talento sea útil debe venir unido al esfuerzo y al deseo de superación.

El talento y la motivación

Es frecuente la siguiente reflexión del responsable que acaba de entrevistar a un candidato para cubrir un puesto de trabajo: «Esta persona puede (aptitud). Pero… ¿quiere? (actitud) 

¿Le motivará la responsabilidad? ¿Se comprometerá?». La actitud para el trabajo es casi más importante que la aptitud.

De ahí que las empresas, además de conocimientos y capacidades, busquen compromiso, deseo de superación e involucración con el proyecto. El talento innato es insuficiente; es necesario su desarrollo. Por eso, el talento nace, pero sobre todo se hace, sería que una mezcla de las dos.

Para ello es esencial la motivación. Si siempre hacemos lo mismo obtendremos los mismos resultados; pero para disfrutar de lo que estamos haciendo es imprescindible estar motivados. Para desarrollar nuestro talento es necesario vivir con emoción, adorar aquello que hacemos y, sobre todo, transmitir a nuestros hijos esas emociones, para que ellos mismos se sientan capaces de desarrollar todo su talento.

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