Cerrar Buscador
EL ÚLTIMO TERTULIANO

EL ÚLTIMO TERTULIANO

Por Javier Cano - Diciembre 14, 2019
Compartir en X @JavierC91311858

Francisco Espinosa es el único superviviente del 4X6=24=6X4, o lo que es lo mismo, El Portalillo, la legendaria tertulia jiennense que desde su coqueto y privilegiado local de la Plaza de Santa María escrutó la vida diaria de la ciudad. A sus 92 años, este reputado comerciante dotado de una memoria tan asombrosa como su vitalidad recuerda para Lacontradejaen los orígenes del grupo,  anécdotas y la identidad de los míticos tertulianos con los que compartió inolvidables horas de asueto

Hubo en Jaén un tiempo en el que la camaradería, el cachondeo sano, la conversación o una tarde de julepe entre amigos eran el pan de cada día en la provincia. Casinos, reboticas o comercios daban cobijo a jóvenes y maduros con ganas de reír, hablar o simplemente entretenerse en medio de una sociedad (la de finales del XIX y hasta bien mediado el XX) con no demasiados recursos para la evasión. 

El mar de olivos no fue una excepción, y muchos de sus pueblos contaron con espacios destinados para el ocio de sus usuarios, en un principio la élite económica y social de cada municipio. Un perfil que, poco a poco, se amplió también a las clases populares; en muchos casos agrupadas en gremios, pudieron acceder a los salones bellamente decorados que, con exactitud hiperrealista, describió Antonio Machado en su poema Del pasado efímero.

Círculos de labradores o industriales, casinos (el Español, el Primitivo, el de Artesanos...), clubs... Locales en los que, además de la diversión, se procuraba formación y socorro social a los miembros menos favorecidos, en muchos casos. Eso si se trata de agrupaciones regladas por la normativa vigente en la época, que data de mediados de la centuria decimonónica; porque sin más estatutos que la confianza y la amistad surgieron igualmente grupos que, entre charla y charla, se volcaron en las más variopintas aventuras.

 Tertulianos de la primera época de El Portalillo, en 1912, ante la sastrería de Manuel Jiménez, en la calle Maestra esquina con Campanas.
Tertulianos de la primera época de El Portalillo, en 1912, ante la sastrería de Manuel Jiménez, en la calle Maestra esquina con Campanas.

Se trata de las legendarias tertulias. Por resumir su omnipresencia provincial en las que estuvieron activas en la capital del Santo Reino (cuestión de espacio), resulta inevitable referirse a Las Colonias, a La Peña, a Los Quince..., que acapararon la costumbre de hablar de lo divino y de lo humano en torno a un velador. Pero entre ellas destaca, por su longevidad y la excelencia de sus componentes, una que, ya desde su propia denominación, daba pistas claras del carácter que la informaba: 4X6=24=6X4.

ÚNICO SUPERVIVIENTE

—En lo que ahora es una tienda de antigüedades en la calle Maestra, esquina con la calle Colegio, había una casa solariega de un señor importante de Los Villares; en ella abrió su negocio un sastre, y este sastre contaba con muchas amistades, gente joven que se reunía allí todos los días, hacían travesuras, se reían hasta de su sombra. Pedro de las Parras, asesor jurídico de la Diputación, te sacaba la camisa sin quitarte la chaqueta. Hay una fotografía en mi casa haciéndoselo a mi padre (dice, divertido). 

Son palabras de Francisco Espinosa García-Olalla, conocido comerciante jubilado que, desde el palco de sus noventa y dos años más que bien llevados y tras la retina de sus ojos verde agua, de niño grande, rescata para este periódico cómo se gestó aquella célebre tertulia que la gente llamó también El Portalillo y de la que él mismo formó parte, al lado de nombres que figuran ya en las páginas de la historia local. Hoy en día es su único superviviente.

 Francisco Espinosa y Ramón Rojas, uno de sus antiguos empleados, ante el comercio de telas del protagonista de este reportaje.
Francisco Espinosa y Ramón Rojas, uno de sus antiguos empleados, ante el comercio de telas del protagonista de este reportaje.

Aquella sastrería de la calle principal de su época se convirtió en el lugar de reunión de los futuros veinticuatro miembros de la entidad, una circunstancia que desbordó al sastre en cuestión, incapaz de hacer compatible en su local las ganas de chanza de los tertulianos y la demanda de trajes de los clientes.

—Alguien dijo que se había puesto en venta el local de El Portalillo en la Plaza de Santa María, donde había una imprenta, y dijeron de comprarlo. No sabían a nombre de quién ponerlo, así que uno de ellos propuso a un sobrino o a un nieto, y así se hizo. Ese hombre, cincuenta años después, me lo vendió a mí (recuerda Espinosa).

Allí, al amor de los días soleados y al abrigo de los duros inviernos de Jaén, se habló de lo humano y lo divino, 'se cortaron trajes a medida' y sentaron divertida cátedra algunos de los personajes más señeros del Jaén decimonónico y de la primera mitad del siglo pasado.

 Tertulianos del 4X6=24=6X4 en una de sus salidas al campo, alrededor de 1930. Foto cedida por gentileza de Inocente Cuesta.
Tertulianos del 4X6=24=6X4 en una de sus salidas al campo, alrededor de 1930. Foto cedida por gentileza de Inocente Cuesta.

A iniciativa de El Portalillo nació, también, la verbena del Cristo del Amparo, dedicada a la pequeña imagen que desde tiempos inmemoriales (la actual sustituyó a otro Crucificado destruido en la Guerra Civil) campea en una hornacina de la calle Maestra. Corrían los años 1912, 13 y 14, y aquella feria supuso para el Jaén de principios de la época un verdadero acontecimiento, que las crónicas se encargaron de enfatizar. 

Y desde ese coqueto local partieron las constantes excursiones que los tertulianos (algunos de ellos reputados aficionados a la arqueología) organizaban casi semanalmente. En busca de cultura y, cómo no, de pasarlo en grande:

—Íbamos un día al Parador de Turismo de Bailén, a cenar, eran más bien cenas; otro día a no sé dónde, y algún domingo iban casi todos a fincas de amigos, echaban un día de campo, lo pasaban muy bien (sentencia Espinosa).

Lucas Espinosa, su padre, consiguió colocarse al frente de un histórico comercio de telas en plena calle Maestra, a fuerza de buen hacer: Rueda y Espinosa. Corría el año 1915 y aquella tienda, fundada en 1886, se convertiría poco después de concluir la Guerra Civil en la joya de la corona de la familia, que terminó por hacerse cargo de ella y le cambió el nombre por el que todavía perdura: Tejidos El Carmen, ahora en la Carrera.

Comoquiera que la vivienda de los Espinosa pisaba este comercio, el trato con los tertulianos era diario.

—Mi padre llegó a la tertulia en 1939 o por ahí, imagino que faltarían algunos de la época de la guerra y tuvieron que renovar con nuevos socios.

Cuando su progenitor falleció, allá por 1963, Francisco 'heredó' la condición de contertulio de El Portalillo. Y no solo eso, que también recibió el cargo de 'administrador' de la sociedad (conocido como 'el cálcula'), encargado de pagar recibos y cobrar las cuotas (unas treinta pesetas a mediados del siglo XX). El protagonista de este reportaje rozaba la treintena en aquellos momentos.

No obstante, su situación familiar no le permitía dedicarle todo el tiempo que hubiera deseado a la tertulia: —Una noche me dijo don Juan Pedro Gutiérrez Higueras que me vendía muy caro, que no se me veía el pelo por allí, y era verdad, hacía lo menos dos o tres meses que no iba; 'Yo vendría con mucho gusto, más que nada por aprender, que ustedes saben mucho más que yo, pero resulta que solo tengo ocho hijos, y mi mujer está con estos chicos y para tanto personal hace falta mucha gente' (les dijo).

Espinosa cerraba la tienda y tenía que atender otras tareas burocráticas del negocio, de forma que le resultaba prácticamente imposible tertuliar. 

—Al poco tiempo de eso, como no encontraban ya a nadie, estuvo aquello un año o año y medio que no iba nadie allí (recuerda, y añade):

—Un Jueves Santo se presentó en la tienda un hombre que resultó ser aquel niño a cuyo nombre pusieron el local. Me dijo que venía a venderme El Portalillo. Quedamos a tomar café en el Hotel Rey Fernando, donde se alojaba, e hicimos el trato en diez minutos. A mí me venía bien, era un desahogo para la tienda. 

Al día siguiente, el nuevo propietario de la mítica sede habló con los que quedaban y les dijo:

—Hace un par de años  se celebró el cincuentenario de El Portalillo, y yo estoy dispuesto a que se celebren otros cincuenta años conmigo. Hombre de palabra, el local seguía en manos de los Espinosa más de medio siglo después de adquirirlo. 

 El mítico torero cordobés Guerrita conversa con socios de El Portalillo a las puertas de su sede, en 1914.
El mítico torero cordobés Guerrita conversa con socios de El Portalillo a las puertas de su sede, en 1914.

El último tertuliano de aquel Jaén pretérito lo tiene claro:

—Cada cosa tiene su época. Cuando aquello se montó prácticamente no había radio, no había televisión, la gente llegaba a su casa, cenaba y no tenía dónde ir. Por eso había tanto casino: el Primitivo, el de Artesanos, la Peña, el Círculo Mercantil... (apostilla).

Según Espinosa, llegó un momento en el que se acabó, así, sin más.

—En los 30 llegó la radio, luego la televisión... Cada cosa tiene su momento. Se cerraron todos los casinos.

UN LOCAL LLENO DE HISTORIA

A día de hoy, el local en cuestión, o al menos algunos de sus elementos originales, sobrevive al paso del tiempo. Ahí están las columnas de hierro y las cristaleras (prácticamente asoladas ya) de su fachada historicista, ocultas bajo el panel de obras de la conocida como Casa de las Heras. 

Afortunadamente, la restauración de este edificio prevé conservar dichos elementos, como especifica el arquitecto encargado de este proyecto, Eduardo Duro: —De la vidriera solo quedan algunas piezas, por lo que la idea es, quizá, colocar una nueva, pero la estructura, que tanto histórica como arquitectónicamente es muy interesante, se queda (certifica).

 El Portalillo, poco antes de quedar cubierto por el andamiaje actual.
El Portalillo, poco antes de quedar cubierto por el andamiaje actual.

—Muy bonito, era un cuadro, de unos veinticinco metros cuadrados. A la izquierda de la planta baja había un rinconcillo, como una bóveda, y ahí tenían un pilarillo, que se usaba también si había alguna necesidad perentoria. Tenían fotografías de unos y de otros, y los muebles eran muy buenos, dos divanes abajo, y un perchero magnífico de nogal, que cuando se cerró aquello se llevaron a las Hermanitas de los Pobres. El perchero lo tienen donde está la dirección, y los divanes estarán metidos en algún despacho (aclara).

 El centenario perchero de El Portalillo, en su ubicación actual en la residencia de las Hermanitas de los Pobres de Jaén. Foto: Javier Cano
El centenario perchero de El Portalillo, en su ubicación actual en la residencia de las Hermanitas de los Pobres de Jaén. Foto: Javier Cano

—Había fotos con los que habían sido alcaldes, porque había varios. Arriba había dos mesas, una de ellas para el julepe. Era un sitio privilegiado, entraba el sol... ¡Magnífico!

En los pocos metros cuadrados de esas dos plantas, decoradas con fotografías de sus ilustres miembros y con obras de arte salidas del pincel, entre otros, de José Nogué, los divertidos tertulianos dieron rienda suelta a sus ganas de cachondeo, de lo más sano, eso sí. Eran, entre otros, José Gómez Soriano, Manuel Ruiz Córdoba, Enrique Cabezudo, Mariano Velasco, Eduardo Díaz, Juan Pedro Gutiérrez Higueras, José María Comas, José Gómez-Zorrilla, Fernando Pérez Serrabona, Mateo Ruiz Vílchez, Cipriano Medina, Manuel Suca, Francisco Herizo, Pedro Esteban García de Quesada, Ramón Espantaleón, Inocente Cuesta García, José Fiestas, Lucas Espinosa (padre del protagonista de este reportaje), Eduardo Díaz, Pedro de las Parras, Antonio María Sánchez, José Alonso, Antonio de Gregorio, Inocente Fe...  

 La tertulia pasa un día de campo en la casería de Nuestro Padre Jesús de Jabalcuz, en la década de los 40.
La tertulia pasa un día de campo en la casería de Nuestro Padre Jesús de Jabalcuz, en la década de los 40.

PERSONAJES LEGENDARIOS

A uno de los componentes de la sociedad, Manuel Ruiz Córdoba (el popularísimo Manolito Ruiz), le cabe el honor de acumular en su persona y en su biografía todo un récord de anécdotas, leyendas urbanas y sabrosas historias que lo han elevado a la categoría de fascinante.

Paradigma del señorito según Jaén, alcalde de la ciudad y presidente de la Diputación Provincial, diputado a Cortes..., Ruiz gozó de una saneadísima situación económica que incluía un importante patrimonio heredado, al que sumó un buen número de fincas y propiedades en la provincia. Incluso llegó a poseer el cerro y el Castillo de Santa Catalina, que adquirió en el primer cuarto del siglo XX.

Muchas voces apuntan, sin embargo, que Ruiz consiguió hacerse dueño de la fortaleza y sus terrenos adyacentes gracias a una apuesta: superar en velocidad al tren sobre su caballo. Dicen que ganó.

Otra de esas leyendas urbanas apela a su generosidad a la hora de regalar el alcázar a la ciudad en la década de los 40, pero lo cierto es que no fue así. Él mismo intentó, sin éxito, vender el terreno y el castillo en 1946, a Patrimonio Forestal del Estado, justo un año antes de su muerte, pero la operación no llegó a buen puerto.

Como se detalla en el número perteneciente al mes de mayo de 1948 de la revista y crónica mensual de la revista Paisaje, que dirigía el cronista González López, el Ayuntamiento de la capital jiennense, finalmente, adquirió el cerro y el castillo a la viuda de Manolito Ruiz, Josefa Codes, quien finalmente cerró la operación con la municipalidad.  

 El popular Manolito Ruiz, en un día de caza.
El popular Manolito Ruiz, en un día de caza.

Quien nunca figuró en la nómina de socios fue Francisco Rivero Fernández, el popular 'Petrolo', pero a ver quién le discute su vinculación con El Portalillo. Es, sin duda, uno de esos personajes que forman parte ya de la memoria sentimental jiennense.

Gaditano de Sanlúcar de Barrameda o de El Puerto de Santa María (en ambos municipios lo ubican sus 'hagiógrafos' a la hora de nacer), se retiró como banderillero. En Jaén, además de ejercer como 'profesor' de sevillanas para señoritas de la buena sociedad jiennense, su recuerdo ha pasado a la historia local como hostelero del mítico quiosco que, casi a las puertas mismas de El Portalillo, surtía de agua de cebada (uno de los refrescos que causaban furor entonces) y platos variados a sus clientes. 

Dada la proximidad de ambos locales, las viandas de Petrolo eran la 'carta' habitual de los tertulianos. Incluso Dolores, la compañera del quiosquero, se encargaba de la limpieza de la sede donde se reunían los veinticuatro componentes del grupo

Compañera, sí, hasta que el mismísimo obispo de la Diócesis en aquellos tiempos tomó cartas en el asunto de su situación legal y les dio la bendición: "Así no podéis seguir". Y los casó en El Sagrario.

Petrolo, querido por todos, se convirtió en diana de muchas de sus elaboradas bromas, y Francisco Espinosa no se resiste a relatar alguna de aquellas chanzas, que merece la pena ser recordada:

—Era un personaje de los más pintorescos que había, una persona muy temerosa de morirse. Por entonces era costumbre tomar un café después de cenar, y mi padre (que me contó esta historia) lo invitó al Lyon D'or, donde ahora está la Peña Flamenca. Iba Petrolo con una capa que le habían regalado, y nada más entrar al café comentó a la concurrencia: 'Compadre, mirad cómo vengo'; 'te vemos muy bien', le contestaron, mientras él abría la prenda para lucir el rico forro.

Ante la actitud evasiva de los bromistas, Petrolo comenzó a enfadarse y pidió explicaciones: '¿Qué le pasa a la capa?'. La respuesta no se hizo esperar y, con ella, la más encendida de las reacciones posibles por parte del singular hostelero: 'Hombre, que esa capa está hecha con los terciopelos que les ponen a las cajas de muerto'. 

—Se quitó la capa, empezó a pisotearla y dio un espectáculo en el café (evoca Espinosa, entre risas). 

Y esta es solo una muestra de la colección de gracietas que circula por ahí con el gaditano como inigualable protagonista. Cosas de El Portalillo, cosas del 4X6=24=6X4.

 Fotografía de 1914 en la que se observa, tras el grupo de mujeres, el quiosco de Petrolo y detrás de él, la sede de la tertulia.
Fotografía de 1914 en la que se observa, tras el grupo de mujeres, el quiosco de Petrolo y detrás de él, la sede de la tertulia.

He visto un error

Únete a nuestro boletín

COMENTARIOS

José Luis Martínez López

José Luis Martínez López Diciembre 15, 2019

Buenos días, leo con atención cada reportaje de Javier Cano y quiero felicitarle por la calidad y la información que transmite. Felicidades también a este medio digital por tener en su redacción a periodistas de tanto valor como el señor Cano.

responder

COMENTA CON FACEBOOK