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Nostalgia

Por José R. Casado - Enero 20, 2017
Nostalgia
Un videoclub, una imagen que ya casi es del pasado. Nostalgia para José Ramón Casado.

Presumo de una especie de superpoder. Nada sobrehumano ni aplicable al universo Marvel. Me explico. Si observo ante mí un rostro serio o amargado, tengo la capacidad de pintarle una sonrisa —o al menos esbozo— con una frase cortita y al pie, tal como exigía Di Stéfano las preguntas a los periodistas.

—“Sería el tío más feliz del mundo con un videoclub”.

Nunca falla, a diferencia del 'Pipa' Higuaín. Quizá por su naturaleza anacrónica, la expresión de mi deseo infantil y adolescente obtiene siempre como respuesta la mofa inevitable del interlocutor: “Chico, pues lo tienes bien jodido”.

Es cierto. Imposible hacer realidad mi sueño en plena era digital. Casi tanto como convencer a un culé de que Franco nada tuvo que ver en las Copas de Europa del Madrid o contemplar una ‘Orejona’ en la fuente de Neptuno.

Entre los recuerdos imborrables de mi infancia están aquellos estantes gigantes repletos de películas. En mi pueblo, La Carolina, conocí tres en plena fiebre del VHS. ‘Sabiote’, que aguanta el paso del tiempo como Kirk Douglas, ‘Richard’ y ‘Warner’, este último de nombre más cinematográfico y vida menos longeva; quizá nació inspirado en un corto.

Solía acudir al videoclub con la firme convicción de que la película pretendida me esperaba desprovista de esa etiqueta larga incrustada en la funda que rezaba ‘Alquilada'. Era como una liturgia. Entraba al local, enfilaba el pasillo y dirigía la mirada hacia la parte del estante en la que ya había sufrido el fiasco en ocasiones anteriores. Los efectos del ‘chute’ cuando estaba libre y sin el maldito trozo de papel no tenían que envidiar a los de Mark Renton en Trainspotting. Acostumbraba a rebajarlo con una dosis de lectura de decenas de carátulas y reseñas para visitas posteriores, al tiempo que intercambiaba impresiones o recomendaciones con algún otro cliente.

Con el tiempo y el pirateo las posibilidades se multiplicaron. No era extraño encontrar una fila completa de la estantería con la película más cotizada del momento. Recuerdo a la perfección una línea recta de nueve o diez copias de El Guardaespaldas. Todas alquiladas, lo que invita a apuntar que la crisis cultural del país viene de lejos y que al momento de golpear la económica Whitney ya no cantaba ni se fundía en besos con Kevin: era adicta al crack.

Por aquella época también corrías el riesgo de ser víctima de una decepción mayúscula. A veces introducías la cinta en el reproductor de vídeo, pulsabas el ‘play’ y lo que se proyectaba en el televisor era como la puerta de una dimensión al futuro: el Plus codificado. Más líneas blancas que en El Lobo de Wall Street. Tocaba devolverla. 

Décadas más tarde, los avances tecnológicos permiten un videoclub virtual en casa, en calidad HD o 4K y a golpe de clic. Mi intención era estrenar esta esquina con un análisis de la expansión del VOD (Video on Demand) en España. Cientos de películas y series ‘online’ gracias a plataformas como Netflix, HBO, Amazon Prime Video, Wuaki TV o Filmin. Insisto, era mi pensamiento inicial. Pero ayer pasé por delante de un videoclub —aún existe algún romántico— y no pude evitar sentirme atrapado por la nostalgia.

Maldije al pirateo, Internet y la imparable (aunque no infalible) revolución digital, porque en 2017 la rayas de la cinta de vídeo han mutado en los saltos del Blu-ray defectuoso o el dichoso microcorte de red. Y mientras tires de tarjeta de crédito nunca te aparece la etiqueta de ‘Alquilada’, lo que resta emoción a la experiencia. Sería injusto obviar que esa misma noche llegué a casa y revisioné un capítulo de Los Soprano en HBO. Nunca cumpliré el sueño de la infancia por el que sería el tío más feliz del mundo. Pero tampoco soy gilipollas.

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