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"Viene gente con mucha pena, y nosotras intentamos consolarla"

"Viene gente con mucha pena, y nosotras intentamos consolarla"

Por Javier Cano - Febrero 25, 2024
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En el Camarín de Jesús, como escribió el poeta Rafael Palomino, ya "huele a cordones", a terciopelos y a claveles que las camareras de El Abuelo miman con sus laicas manos carmelitas.

Son cinco: Rita Carrillo Fernández (Jaén, 1953); Carmen Real Racionero (Jaén, 1959); Capilla Pérez Serrano (Jaén, 1950); Ana Morales Arenas (Jaén, 1970), y Antoñita Martínez Quesada, que como no está presente en el momento de realizar esta entrevista se libra de desvelar su edad. Ellas (y Juan Antonio Cano, el adjunto que las auxilia) tienen el jaenerísimo privilegio de pasar muchas horas de sus vidas a un palmo de la imagen más querida del Santo Reino. Unas sensaciones que hoy comparten con los lectores de Lacontradejaén. 

—Rita, usted es, junto con Capilla, la más antigua de este grupo. ¿Cómo define el cargo que ocupa? ¿Qué es una camarera de Nuestro Padre Jesús?

—Yo lo defino como un honor grandísimo, como una gran satisfacción: estamos sirviendo a nuestro Jesús. 

—¿Qué hacen, exactamente? ¿Cómo desarrollan su responsabilidad?

—Mantenemos los altares en perfecto estado de limpieza, hacemos las flores semanalmente (Jesús y María tienen muchísimos devotos y les traen flores todos los días). Nos encargamos también de los trabajos de costura, y en tiempo de Cuaresma ayudamos a Fabricanía, que tiene mucho trabajo. 

—Más de un lector pensará que están ustedes aquí por herencia, por tradición familiar, en una suerte de sucesión que pasa de madres a hijas. ¿Es ese su caso, Carmen?

—Yo tuve el privilegio de que el día de mis bodas de plata, el 9 de noviembre de 2010, Rita se acordó de mí. Me llamó y, junto con el cuerpo de Camareras de aquel entonces, me preguntaron si quería colaborar con la cofradía. Por supuesto, la figura de camarera era la que me había llamado la atención desde que era pequeña, las veía adornando el altar, haciendo las colectas en la Catedral... Para mí fue el mejor regalo que pude tener el día de mis bodas de plata, así se lo dije a mi marido. 

—Visto desde fuera, todo parece maravilloso: son ustedes quienes más cercan andan de El Abuelo. Pero el día a día no debe ser cómodo ni relajado, precisamente. ¿Cuánto tiempo dedican a esta tarea, Capilla?

—Prácticamente venimos dos veces por semana a arreglar las flores, y si algún día tenemos que venir a arreglar las ropas de los altares o las imágenes, venimos también. 

—Ana, usted es la benjamina del grupo, pero no la más moderna. ¿Cuándo, cómo llegó al Camarín?

—Yo me vinculé en 2019, a través de Rita. Había estado anteriormente, pero como tenía a mis niñas más chicas y esto requiere mucho tiempo, lo tuve que dejar. Luego, cuando algunas compañeras se salieron porque no tenían que atender a sus familiares y no podían, Rita me llamó y aquí estoy otra vez. 

—Lleva usted un carrerón, a su edad y ya acumula experiencia como camarera de Jesús...

—[Ríe] No, no, aprendo mucho de ellas, de mis compañeras. 

—Pero, ¿cómo se aprende esto? ¿Cuál es la escuela de una camarera de El Abuelo, Rita?

—Lo primero, la fe que nos mueve y las ganas de hacerlo todo bien. Luego, vamos explicando. Por ejemplo, las flores: todo el mundo no está capacitado, de primeras, para hacer un centro. También nosotras, al principio, éramos principiantes y no lo hacíamos bien. Nos lo explicaron y enseguida cogimos el tranquillo. 

—¿Quiénes fueron sus maestras, quiénes le enseñaron a usted?

—Pura [Purificación Lara] y Fali [Rafaela Aparicio]. Yo entré en 1987, era hermano mayor Enrique Jiménez Arcos. Por cierto, que Capilla ya estaba entonces, era camarera de la Verónica. 

—Por alusiones, Capilla: tendrán multitud de anécdotas, de vivencias curiosas...

—Hay gente que nos pone el corazón encogido, de cosas que nos cuentan. Viene gente con mucha pena, e intentamos consolarlas. 

—En busca de un clavel también, ¿no, Rita?

—Sí, y en casos excepcionales se lo damos. 

—¿Qué pasa cuando una de ustedes se queda totalmente a solas con la imagen, qué sienten, Ana?

—Un escalofrío. Es una sensación que no se puede explicar. Se le habla...

—Siglos atrás, las camareras de las imágenes en general (y del Nazareno en particular) solían ser miembros de familias linajudas de la ciudad. ¿Esa costumbre se mantiene actualmente, o cualquiera puede ocupar ese cargo?

—No, no, hoy día no existe ese requisito. Somos personas 'normales'.

—Sus camareras lo saben todo de El Abuelo, menos cuánto pesa, ¿no, Carmen?

—Tengo que decir algo muy especial, y es que el 1 de mayo, cuando salió Jesús en rogativas, tuvimos el privilegio de llevarlo desde la Catedral hasta el Camarín. Eso fue algo maravilloso. Las mujeres no habían tenido nunca la oportunidad de llevarlo, y fue algo que no se puede describir con palabras, increíble, inolvidable. 

—Porque ustedes son de las que piensan que la mujer debería poder llevarlo...

—Claro, estamos a favor todas nosotras. Eso tiene que llegar. 

—Para terminar y al unísono, a las cinco: su tarea no está remunerada económicamente, les ocupa un tiempo grande. ¿Les merece la pena?

—Por supuesto que sí. 

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