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 "El número de matrículas ha aumentado con el comedor"

"El número de matrículas ha aumentado con el comedor"

Por Fran Cano - Febrero 19, 2023
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Isabel Marañón Galán (Alcalá la Real, 1966) lleva 30 años en la enseñanza y 20 en el Colegio Público Rural Sierra Sur Santa Ana, en Alcalá la Real, donde ejerce de directora desde 2015. La llegada del comedor escolar, habilitado a comienzos de febrero, ha supuesto una revolución para el centro, que ya notó el efecto en la matriculación a comienzos de curso.

La docente, especializada en Infantil, explica que el servicio, implementado temporalmente en el Centro Social, da una nueva dimensión a un colegio ligado a una idiosincrasia muy particular: tiene 90 alumnos y 17 profesores repartidos en Santa Ana, Charilla (Alcalá la Real) y Hoya del Salobreal (Noalejo).

Marañón atiende a este periódico en el salón de actos y biblioteca, repleto de libros y con un escenario imponente. La directora tiene tiempo para repasar cómo fue la educación en la pandemia y qué cambios ha encontrado en tres décadas de trayectoria.

—¿Qué tal las dos primeras semanas del comedor escolar?

—Bien, después de todo lo que hemos esperado, bien. Había mucha demanda tanto del colegio como de las familias. Funciona perfectamente desde el primer día, con menos plazas de las que queríamos, pero el funcionamiento es perfecto.

—¿Desde cuándo llevaban luchando por implementar este servicio?

—Lo pedimos por primera vez en el curso 2018/2019. Siempre tuvimos trabas por la falta de infraestructuras. Es complicado que autoricen servicios complementarios con el comedor cuando implican una inversión notoria.

—¿Y en ese momento era más una demanda de las familias o del equipo directivo del centro?

—De los dos, pero sobre todo de las familias. Llevo aquí muchos años y siempre ha habido alguien en la casa. Antes la madre se quedaba en el hogar. Con el paso del tiempo las mujeres se han incorporado al mercado laboral y surgió esa demanda de atener a los niños a la hora de comer. A partir de aquel curso, como decía, la petición fue en aumento.

—¿Cómo han reaccionado las familias a la llegada del comedor?

—Con muchas ganas. Estaban deseando que empezara y todo ha sido positivo. Cuando esperas algo desde hace tanto tiempo... Y es cierto que algunas madres desesperaron. Algunas quitaron a los alumnos más pequeños, porque necesitaban una solución. Las familias y los niños ahora están encantados. Ellos comen muy bien y los profesores lo celebramos.

—He visto un vídeo en TikTok sobre el camino seguro habilitado por el Ayuntamiento de Alcalá la Real desde el colegio hasta el Centro Social. Incluso en una aldea pequeña era necesario.

—Sí, sí. Es excepcional que el alumnado salga del centro para ir al comedor. Lo normal es que esté dentro de las instalaciones del colegio. En nuestro caso la situación es provisional. Habrá obras para habilitar, tal y como reza en el proyecto, una sala de usos múltiple y un comedor. Mientras tanto tenemos el Centro Social gracias a la cesión del Ayuntamiento. Por ello es necesario el camino seguro. Hay una parte que incluso no tenía acera, de ahí que fuese tan necesario.

—¿Cómo se habilitó? ¿Fue idea del centro y del Ayuntamiento?

—Sí, yo pedí al Ayuntamiento que nos facilitaran el Centro Social a la espera de las obras. Como era necesario el traslado de los niños, lo primero que constatamos es que no había aceras. A partir de ahí la Policía Local trazó el recorrido seguro, con pivotes y demás.

—Aparte de lo más evidente, la conciliación laboral de padres y madres, ¿qué aporta el comedor al alumnado?

—Es un recurso educativo con más aristas de las que parece. Por eso está en el plan de convivencia del proyecto educativo. Los niños aprenden hábitos saludables. A veces en los comedores escolares comen lo que no están acostumbrados a comer en casa. El menú saludable cumple esa función de aprendizaje, que implica el saber comportarse en la mesa. Además, los estudiantes tienen una hora tras el almuerzo para hacer tareas antes de que los recojan los padres. Es un recurso educativo estupendo.

—Le da otra dimensión al centro.

—Sí, por supuesto. Los colegios rurales siempre luchamos por la igualdad de oportunidades. Y si queremos que todos los alumnos sean iguales deben tener los mismos servicios complementarios. Aquí las matrículas bajan. Las madres se incorporan cada vez más a las actividades laborales, de modo que necesitan el comedor. A la hora de las matriculaciones la pregunta habitual era: "¿Tenéis comedor?". En cuanto decíamos que no, las matrículas se iban para Alcalá la Real. Este año, con el comedor, han subido las matrículas. Al colegio le da un punto más, aunque a los centros rurales hay que conocerlos.

"NUESTROS ALUMNOS SIEMPRE ESTARÁN CONECTADOS CON SUS RAÍCES"

—Lleva de directora desde 2015 y 20 años en este centro. ¿Cómo está evolucionando este colegio?

—Tenemos el hándicap de la pérdida de población. Ahora tenemos estudiantes en Santa Ana, Charilla (Alcalá la Real) y Hoya del Salobral (Noalejo). Desde que estoy aquí se han cerrado tres sedes: Los Rosales (Frailes), Ribera Alta (Alcalá la Real) y Trujillos (Granada), que fue la última en incorporarse. Es decir, nos quedan tres de seis. ¿Qué pasa en estos colegios? El problema son las matrículas. No hay gente. Todo lo demás va bien. He trabajado en todo tipo de colegios y en éste es donde el trabajo es más cercano con el alumnado y con la familia.

Los niños y las niñas de los colegios rurales podrán ser lo que quieran, como el resto, y además estarán siempre más cerca de sus raíces. Aquí la interacción con los hermanos y abuelos es mayor, por ejemplo. Siempre lo digo: los colegios rurales son un lujo en la enseñanza individualizada.

—¿Y qué balance hace del cierre de las sedes? ¿Fue inevitable?

—Perder sedes significa ir a peor en cuanto al número de alumnos. En otros aspectos, la cosa no cambia tanto. En Trujillos fue inevitable; en Ribera Alta había alumnos, pero algunos se fueron a Frailes, que tenía guardería, por la necesidad de esos servicios complementarios mínimos. Quedaron tres niños en Ribera Alta y ahora vienen ocho a Santa Ana en transporte escolar. Cuando quedan muy pocos, las familias ya toman la decisión. Es muy importante interactuar con iguales a esas edades.

—El aula unitaria (conviven alumnos de edades y cursos diferentes) es un espacio educativo muy particular, con ventajas e inconvenientes.

—Claro. En Hoya del Salobral continúa. Un dato: todos los maestros que se van lo hacen con muchísima pena. Y eso que cuando llegan, entienden que es un reto, porque hay niños de diferentes niveles. Y ya le digo que cuando se tienen que ir, les da pena. Se crea como una familia grande: los alumnos mayores ayudan a los pequeños, y éstos escuchan mucho. Para el profesor es complicado, requiere mucha organización. En las aulas unitarias también hay 'desdobles', con la ayuda de especialistas, de manera que atienden los diferentes niveles de la forma más cómoda posible.

Los alumnos recuerdan mucho esa etapa. Ayer [por el martes] fui al IES Antonio de Mendoza y me reencontré con un estudiante que ahora cursa restauración en la FP. Estuvo en las aulas unitarias de Ribera Alta y Trujillos. "Qué bonito era ese colegio", Qué pena que ya no esté", me dijo. Les aporta algo muy positivo.

—Estamos en la base o sede principal del centro. Santa Ana ha crecido mucho industrialmente. ¿Es algo que fortalece o asegura el futuro del colegio?

—Seguro que sí. De hecho, cuando decimos que hay que tratar bien las escuelas rurales lo que queremos decir es que hay que tratar bien a las zonas rurales. Necesitan una base económica para que las familias se arraiguen. Este curso han entrado trece niños de tres años. Y todos se han venido aquí. Sin comedor, muchos se hubiesen ido a Alcalá la Real. Que haya trabajo aquí permite que las parejas apuesten por esta zona para vivir.

"LA PANDEMIA NOS OBLIGÓ A TRABAJAR LA EDUCACIÓN EMOCIONAL"

—¿Dejó la pandemia lecciones que intentan aplicar en la pospandemia?

—El tema tecnológico, por supuesto. Antes había profesores que hacían un uso mínimo y ahora nos hemos convertido en 'expertos'. Aparte de eso, hemos trabajado mucha la educación emocional. Los menores más grandes notaron el efecto de la pandemia cuando regresaron a las aulas. Tenían miedo o incluso algunos no querían salir de casa incluso cuando en clase teníamos todas las medidas sanitarias. Como digo, se ha trabajado mucho el tema emocional. Nadie esperaba la pandemia. Y creo que ha habido más unión entre los profesores, incluso en centros tan familiares como el nuestro. A nivel de trabajo, la tecnología se ha disparado con la formación de TIC y el asunto de la robótica.

—Me dijo antes de la entrevista que usted era profesora desde niña prácticamente. ¿Qué habilidades tenía ya entonces para que más tarde lo tuviese tan claro?

—Tenía el alma dividida entre Historia y la educación. Al final me decanté por Magisterio. No sé si fue por el modelo de profesorado que tuve, pero tenía claro que me dedicaría a los menores. Yo he dado clase en Infantil. La mayoría de mis 30 años lo he hecho en esta especialidad. Lo he disfrutado mucho y he aprendido mucho de ellos. Los echo mucho de menos. Primaria me gusta, pero mi vida ha sido Infantil.

—¿Alguien de la familia era profesor?

—No, no. Por eso le digo que más bien me influyó el modelo de profesores que tuve. Ser maestra te enseña a ser paciente, tolerante y tener empatía. La empatía es bueno, pero serlo demasiado a veces da problemas. Porque desde que soy directora entiendo todas las posturas.

"INTENTAMOS QUE LOS NIÑOS VIVAN MÁS EN EL MUNDO REAL"

—¿En qué aspectos cree que ha cambiado más la educación, más allá del asunto tecnológico?

—Lo que más es precisamente la tecnología. La esencia no ha cambiado mucho, creo. La idea entre el maestro y alumno es la misma: el profesorado quiere sacar el máximo de sus estudiantes. Sí que han cambiado las normas y las leyes. Ahora tenemos en el centro compañeras muy jóvenes y, como digo, quieren sacar lo mejor de sus alumnos y sobre todo que sean felices en las etapas de Infantil y de Primaria.

—¿Quizá ahora se cuide más la salud mental?

—Sí, sí. También desde la pandemia. Ahora los niños tienen más estímulos alrededor, con las redes social y tal. Con eso estamos muy pendientes para que les afecte lo mínimo. Lo trabajamos con los padres y con la Guardia Civil para prevenir riesgos. Eso sí ha cambiado, pero lo esencial es lo mismo de siempre.

—¿Y las inquietudes de los estudiantes? ¿Son las mismas que hace 30 años?

—Han cambiado, pero es que es inevitable. Los niños de hace 30 años, cuando yo empecé, no son los de ahora. Las familias también han cambiado, como los entornos cercanos y los medios de comunicación. Ahora a los alumnos hay que ponerlos más en el mundo real. Son...

—¿Más niños?

—Son mucho más niños. Quizá por exceso de protección. Algunos están prácticamente en alguna burbuja. Siempre insistimos en que hay que darles un poquito de independencia desde los tres años. A veces hay miedo en las familias de soltarlos. Están muy protegidos, pero al mismo tiempo tienen muchos estímulos, con los móviles. Sí parece que ahora viven en un mundo más irreal.

—Supongo que la habrá pasado. Le llega un antiguo alumno o un conocido para decirle que quiere ser profesor. ¿Qué consejo le da?

—Tiene que ser su vocación. Trabajará con algo muy delicado, niños y niñas. Necesita todo su empeño e interés. Lo único que les digo es que quieran su profesión y que intenten darles a los alumnos todo lo que puedan. La vocación es el 50%. El resto es la carrera y los estudios. Si quieren ser profesores, adelante.

—¿Quiere añadir algo más?

—Simplemente insistir en que hay que apoyar a las escuelas rurales, para que tengan igual que el resto. Hay que cuidarlas, porque cuando se cierra una escuela en un pueblo, ese pueblo se muere. Somos un seguro de vida.

Fotografías y vídeo: Fran Cano.

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