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"A nadie en su sano juicio le gustaría ser obispo"

Por Javier Cano - Julio 03, 2022
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En el mismo año, Francisco Juan Martínez Rojas (Vilches, 1961) ha dejado de ser vicario general de la diócesis y, a no ser que sus compañeros canónigos lo reelijan, también cesará como deán de las catedrales baezana y giennense. Un auténtico diccionario andante de teología, filosofía y archivística, medalla de Andalucía y un montón de títulos y honores más que (asegura) a partir de ahora podrá recuperar su verdadera pasión: escribir, leer, investigar...

Sentado en un banco de piedra de la lonja norte del templo mayor, donde los abueletes de aquí hacen tertulia al socaire de los recios muros catedralicios, y con la ropa en vilo por si a alguna paloma le da por plasmarle su escatológica firma a modo de marca, el también académico, caballero del Santo Sepulcro y consejero del IEG responde, sin cortapisas, al cuestionario de Lacontradejaén.

—¿2022 pasará al libro de su historia personal como un año crucial? Se lo digo porque, recientemente, el obispo cambió su equipo de gobierno y nombró nuevo vicario general de la diócesis...

—El 11 de mayo, me operaron ese día y no se me olvida: me quitaron la vicaría y la hernia de hiato a la misma vez. 

—¿Qué le dolió más, la operación o el relevo?

—Ninguna de las dos, ambas eran previsibles. 

—¿Esperaba entonces que la llegada de monseñor Chico Martínez supusiese abandonar su posición como número 2 de la Iglesia en Jaén, lo tenía asumido?

—Sí, cada obispo tiene su equipo de gobierno y yo creo que puedo pasar al Libro Guinnes de los Récords, porque he sido vicario de tres obispos y no es normal; cada obispo se quiere hacer su equipo de confianza y ya es difícil que escoja al vicario que ha tenido el anterior: a mí, don Amadeo me cogió. Cuando me nombró don Ramón, en 2014, me dijo: —'Bueno, tú piensa que vas a estar poco tiempo, porque el obispo que venga pondrá otro vicario general". No lo puso, continué con don Amadeo y era previsible que cuando llegase el nuevo obispo hiciese un equipo a su medida.

—No supone para usted un agravio o una frustración, pues...

—No, no, no, han sido ocho años y creo también que este tipo de cargos son de responsabilidad y llega un momento en que esa responsabilidad te agobia y te cansa. Cuando uno tiene otras perspectivas (como las tengo yo) de tipo intelectual, que has tenido que aparcar para hacer ese servicio a la Iglesia, volver a dedicarte más de lleno a la investigación, a la escritura, a la lectura, al archivo de la Catedral... es, en cierto modo, reconfortante. 

—¿Qué balance realiza de estos años como vicario general? ¿Se marcha con la sensación de haber cumplido lo encomendado?

—Ten en cuenta que el vicario general es, digamos, el brazo o la mano ejecutora de los obispos, yo he hecho lo que me decían los obispos, he colaborado con ellos (evidentemente más con don Ramón, y mucho más con don Amadeo, porque prácticamente con don Sebastián no ha habido tiempo), y uno no tiene protagonismo aunque veces dé la cara, como ocurrió con la Virgen de la Cabeza, en Andújar, que fui yo: en el facebook y en las redes aparecía yo, no el obispo. El vicario general es (dice la expresión) el alter ego del obispo.

—Lo que para un torero es un buen subalterno, hablando en términos taurinos. 

—Exactamente, es el hombre de confianza, el que tiene la potestad delegada del obispo, el alter ego; pero siempre depende del juego que el obispo le quiera dar. Hay obispos que dan más juego a los vicarios generales, y otros menos. 

—¿Más competencias, quiere decir, más poder?

—Más competencias, más autonomía, son más sensibles a las posibles sugerencias que se les pueda dar..., y hay otros que no. Depende de cada obispo. 

—Al principio de esta entrevista le hablaba de 2022 como un año posiblemente crucial en su trayectoria. Y es que, además del cargo de vicario general, está en el aire su continuidad como deán, por mandato estatutario. 

—Sí, los mandatos de los cargos que son temporales según el Cabildo son de cinco años, yo empecé como deán en 2007, en 2012 me volvieron a elegir (siempre tiene que ser por elección) y cuando llegó 2017 el Cabildo me volvió a votar, aunque ya, en teoría, no podían. Le pidieron al obispo lo que se llama postulación, es decir, la dispensa, que dispensara de ese punto de los estatutos, en los que se establecen diez años como máximo. Entonces, en septiembre del 22 tendremos elecciones.   

—A no ser que vuelvan a pedirle un 'bis'.

—Si lo vuelven a pedir, yo estoy para servir a la Catedral en cuerpo y alma, como llevo haciendo veinte años. 

—En Jaén, hablar de deanes como Martínez de Mazas o Sánchez de la Nieta, entre otros, forma parte de la costumbre, están incluso en el callejero de la provincia. Pero, ¿qué es exactamente un deán? ¿Qué funciones desarrolla? ¿Tiene parangón con algún cargo en el espectro civil?

—La palabra deán es la evolución en español de la palabra latina 'decanus', decano; la palabra 'decanus' sería el cultismo y la más evolucionada sería deán; es el 'primus inter pares', es decir, el primero entre iguales. No tiene un poder omnímodo sobre el Cabildo (que es el colegio de sacerdotes que sirve en la Catedral), sino que es el que los representa, el portavoz nato, y debe de trabajar colegialmente (tenemos una reunión al mes) y en momentos en que hay que tomar algún tipo de decisión. Ahora, en nuestro grupo de Whatsapp que tenemos... 

—Las nuevas tecnologías han entrado de sopetón en la Iglesia...

—Sí, sí. 

—¿Y al frente de la Catedral qué balance realiza usted? ¿Se ha sentido arropado por sus compañeros en estos años?

—Yo estoy satisfecho con lo que he hecho en la Catedral. Hace mucho tiempo, desde que empecé a venir al archivo haciendo yo el Bachillerato en los años 76 y 77, con don José Melgares, empecé a fascinarme por la Catedral, y luego desde 2002, cuando terminé la tesis doctoral y don Santiago García Aracil me hizo canónigo archivero y bibliotecario, realmente he intentado hacer lo mejor que he podido para la Catedral y siempre me he encontrado respaldado mayoritariamente por mis compañeros. 

—Habla de fascinación por la Catedral...

—Es que me fascina, entras en ella y creo que entras en otra dimensión. Como dicen los fenomenólogos de la religión, hay una ruptura de nivel y entras en otra dimensión completa.

—Y lo dice alguien que la conoce como la palma de su mano, al dedillo.

—Sí, pero no deja de fascinarte, no dejo de asombrarme de lo bien que se hizo; ves otras catedrales (yo estuve la semana pasada en la de Burgos), ves la de Burgos, que ahora parece una tarta de nata, limpísima la piedra, pero es que en la de Jaén es la atmósfera que crea la misma arquitectura, es decir: no es solamente la arquitectura, sino la atmófera que crea, que es la que te transporta y te trasciende, que eso en Burgos pues no. En Burgos sí, ves el altar mayor, ves el retablo..., pero el espacio no te invita a trascender, es un espacio normal, como el otro edificio cerrado. 

—La Catedral de Jaén es otra cosa.

—Su arquitectura crea un espacio, un espacio que es una realidad, podríamos decir que es una realidad visible pero a la vez invisible. Por lo menos a mí, la sensación que me da es la de un espacio de serenidad, de armonía, de cohesión, de coherencia, que es tan propio del Renacimiento. Yo lo he experimentado aquí, y por ejemplo en las demás catedrales del sureste de España no. Es otra cosa.

—¿Guarda muchos rincones desconocidos para los propios giennenses, o lo que se ve es lo que hay en el templo mayor de la diócesis?

—No, creo que lo único que no es muy accesible es justo bajo donde estamos, que son las habitaciones de la lonja, cuatro o cinco espacios. Primero la esquina, que es donde está el aljibe, porque la Catedral tenía una pluma de agua del raudal de Santa María, y luego esas otras cuatro habitaciones que dos eran los servicios (unas letrinas muy curiosas de piedra, majestuosas, con sus apoyabrazos) y otras habitaciones más allá, en las que se aprovechó el espacio para salvar la diferencia de nivel que había. Lo que son las galerías altas se pueden visitar, incluso la parte del archivo, donde se han hecho alguna vez visitas guiadas, aunque por definición, al ser el depósito documental, no puede ser lugar de paso ni de acceso fácil. 

—Las puertas que sí se abrieron de par en par fueron las del Perdón, el pasado 19 de junio, para la procesión del Corpus Christi. Por cierto, más de uno lo echó de menos...

—Yo llevo años yendo a Baeza, muchísimos años. 

—No pretendía evidenciar su reciente salida del gobierno de la Iglesia de Jaén faltando al cortejo, ¿no?

—No, no; por ejemplo, en Semana Santa nadie me ve aquí tampoco, ni la Navidad. ¿Por qué?

—¿Por qué?

—Porque en las fechas importantes, cuando el obispo no puede ir a Baeza, quien va es el deán. Llevo un montón de años yendo al Corpus a Baeza. El único año que estuve aquí fue en 2014, recién nombrado vicario general, porque se cumplía el tercer centenario de la finalización de la Custodia de Baeza, de 1714, y tuvimos una serie de actos, conferencias y demás y yo le insití a don Ramón que ya que era el tercer centenario, fuese él a Baeza a ese Corpus. Fue él y yo me quedé aquí; la misa la celebró don Antonio Ceballos, obispo emérito de Cádiz, y yo presidí la procesión. Pero el resto de los años, me voy a Baeza. Y además estoy muy feliz en Baeza. Es un Corpus espectacular. 

—¿2022 será también su último Corpus en la provincia? Varias fuentes aseguran que se va usted a un destino elevado, a Roma, a los archivos del Vaticano.

—No, no, no. Yo, viendo que iba finalizando mi periodo como vicario general y queriendo, un poco, descansar también en cierto modo, ya había pensado pedirle al obispo cuando llegase el momento (era previsible mi cese) tener un año sabático. ¿Dónde? En mi Roma. Yo, si me pierdo alguna vez como Marco, que no me busquen en Argentina, que me busquen en Roma. Desde 2013, mis vacaciones son en el mes de julio, me voy con una beca de investigación a la iglesia nacional española, donde fui becario capellán al hacer la tesis doctoral; presento allí un proyecto de investigación, hay una comisión académica que lo barema, tienes allí alojamiento... 

—Vamos, que no es una marcha definitiva.

—No, no, lo que hice fue pedir (aparte de que me voy el 1 de julio) una beca de investigación de nueve meses, un curso. Cuando me dijo don Sebastián de cesar en la vicaría, le dije que cesaba pero que quería un año sabático, descansar, trabajar. Tengo tres libros pendientes, uno de ellos escrito desde 2016, que no hay manera de terminarlo. No tengo tranquilidad ni tiempo para repasar, para corregir, para poner alguna nota.

—¿Un 'spoiler', o al menos un adelanto para los lectores de Lacontradejaén, Francisco Juan, por favor? 

—Es una historia de la Iglesia del Vaticano II; empezó siendo del año del Vaticano II al de la Misericordia, que fue 2016, y ya terminaré en el Sínodo, tengo que cambiarle hasta el título.

—¿Ya tiene preparadas las maletas?

—Me voy pero vuelvo el 28 de julio, luego estaré aquí hasta octubre, cuando pase el Pilar aproximadamente, y me voy a Roma, estaré ese curso. Vendré en Navidad (¡bueno, tengo una boda el 5 de noviembre, que tengo que venir!), tengo un congreso en Úbeda, una ponencia, el 7 de diciembre, la víspera de la Inmaculada; luego vendré en Navidad, porque tengo que atender la Catedral de Baeza, vendré en Semana Santa y entre medias alguna vez también. Cuando termine ese periodo de investigación, en julio de 2023, ya volveré aquí y me dedicaré a la Catedral, al archivo, a las clases del Seminario, seguiré celebrando misa en San Roque, como llevo haciendo desde hace doce años, en la misa de las ocho y media de la mañana, y me reincorporaré aquí. Más no hay.

—Nada de intrigas borgianas, palaciegas...

—Nada, no. 

—De usted se habló largo tiempo como episcopable, se decía en los mentideros que su consagración como obispo era inminente. No ha sido ajeno a ese runrún, ¿verdad?

—No, por supuesto, lo sé. En Jaén y fuera de Jaén. 

—¿Qué pasa con un vicario general, o un deán, cuando cesa? ¿Tiene algún destino concreto? ¿Quizás es este el momento propicio para calarse la mitra?

—No creo, no creo. Un gran amigo mío que fue vicario general de Málaga, cuando dejó la vicaría fue coadjutor en la parroquia de San Pedro de Málaga, que es la que está enfrente de El Corte Inglés, y cuando murió el párroco se convirtió él en párroco, se va a jubilar dentro de poco. 

—No implica ningún tipo de privilegio o prebenda haber pasado por esos cargos, no le garantizan un puesto similar, no se convierte usted en emérito, ¿no?

—No. En ese tipo de cuestiones hay también sus circuitos de influencias, de apoyos, y Fran no está en ningún circuito de esos. 

—Le pido sinceridad: ¿le gustaría ser obispo?

—Hombre, gustar, gustar... A nadie en su sano juicio le gustaría ser obispo. 

—Pues visto desde fuera, atrae...

—Cuando te nombran, quince días de felicitaciones y el resto de la vida, de problemas. Yo lo he vivido muy de cerca eso en estos ocho años como vicario general. Lo que hay que hacer, lo que yo he hecho siempre... 

—Cuente, monseñor, cuente.

— Yo no creo en la obediencia ciega, porque creo que los que mandan también se equivocan bastante, siempre he dicho que hay que ayudarles a gobernar a los que mandan diciéndoles, a veces, que no. Al primer obispo que me ordenó (don Miguel Peinado), no, nunca, pero a don Santiago, a don Ramón y a don Amadeo sí, ha habido algunas cosas en las que le he dicho: 'No, si usted quiere yo lo hago, pero creo que por esto y por esto y por esto es mejor que no".

—¿En asuntos importantes, espinosos?

—En algún nombramiento que quisieron darme. He tenido suerte y me han hecho caso, lo mismo hubieran dicho 'por narices' y tendría que haber dicho 'bueno, pues ya está'.

—Hay por ahí quien pide hasta el capelo cardenalicio para Francisco Juan Martínez Rojas.

—Sí, sí. Yo me siento muy querido por la gente, lo mismo que sé que hay gente a la que no le caigo bien, normal y lógico cuando tienes un cargo público, no le puedes gustar a todo el mundo; además es antievangélico, ya dice el Señor en el Evangelio: '¡Ay de vosotros cuando hable todo el mundo bien de vosotros!'. Lo mismo decía con los falsos profetas. Me siento y me he sentido muy querido, con todas las muestras de cariño y reconocimiento que he tenido cuando he dejado la vicaría por parte de mucha gente, sacerdotes y seglares, algunos de ellos no te lo esperas y realmente es reconfortante. 

—De todas formas, para ser cardenal tendría que ser antes obispo, y dice usted que a nadie en su sano juicio le gustaría...

—No, es lo habitual, pero no necesariamente. Yo creo que me moriré como canónigo de la Catedral, me jubilaré como canónigo y tampoco aspiro a más, esto no es importante. Ya tengo sesenta y un años, cuando cumples cierta edad te das cuenta de cómo vuela el tiempo, se escapa de las manos. Tengo libros por leer (mi biblioteca, en el testamento, la dejo a la Catedral) y tengo dos discos de cuatro TB, dos de películas y otros dos con series, y pienso: '¡Esto no me da a tiempo a verlo antes de morirme!', cronológicamente es imposible que pueda hacerlo. La vida pasa rápido, lo que importa es la eternidad, ahí ya no hay enchufes ni preeminencias, ni te quito, te pongo, te elevo, te tiro: ahí no hay trampa ni engaño.   

Vídeo y fotografías: ESPERANZA CALZADO. 

 

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