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"Hay mucho intrusismo y mucha gente que restaura sin tener ni idea"

Por Javier Cano - Enero 31, 2021
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El pasado miércoles se conmemoró el Día Internacional de los Conservadores-Restauradores, un oficio que tiene en Eloísa Arcos Quesada (Jaén, 1967) a una de sus más reputadas representantes en el mar de olivos. Su historia es la de una enamorada de su profesión que cambió la bata de médico de sus sueños infantiles por la de "cirujana de arte", campo en el que acumula experiencia y prestigio a partes iguales.  

—¿Cómo celebró usted 'su' día internacional?

—Trabajando, tengo mi taller [Velature Restauracion Pintura y Decoracion Jaén] y ahí restauro mis cosas, ahora sobre todo muebles. 

—Una jornada mundial dedicada a ustedes, los conservadores y restauradores... ¿Es que necesita su oficio ser reivindicado?

—Sí, claro. Hay mucho intrusismo y mucha gente que quiere restaurar sin tener ni idea; entonces, lo que queremos es que se nos oiga. La figura del restaurador es profesional y somos restauradores de obras de arte, no de cocina, ni hacemos manualidades. Somos un gremio profesional, tenemos nuestra carrera, hemos estudiado y queremos que se nos reconozca.

—Habla de intrusismo profesional. ¿Es también reconocible en Jaén?

—En todos sitios, yo me meto en las redes sociales y hay por todos sitios, la gente quiere restaurar sus cosas y no gastarse el dinero. Hace unos días me vino un cliente que quería restaurar una imagen y me dijo que le diera instrucciones yo, para ver cómo lo hacía; le dije: "¡Pero qué me estás contando! Esto no es una manualidad, es una obra de arte".

—Lo mismo se plantea usted emitir tutoriales, convertirse en youtuber.

—No, por favor, eso tampoco. Nosotros tenemos nuestra carrera y eso, eso... ¡vamos! Yo lo he puesto en las redes sociales: cuando vas al médico, ¿le dices cómo coserte una herida? Pues nosotros tampoco podemos explicar a la gente cómo se puede restaurar una imagen, porque eso lleva un proceso y unas pautas, unos criterios, y de ahí no podemos salirnos. Yo no le puedo decir a cualquiera: "Limpia un cuadro con esta fórmula", porque no hay fórmulas específicas, cada obra de arte tiene su tratamiento independiente a seguir. Tenemos unas pautas, unos criterios, unas normas, pero no todo es igual.

—Detrás de ese intrusismo al que alude, ¿qué hay, muy buenos intrusos que hacen maravillas? 

—No, hay mamarrachos, con perdón; mamarrachos auténticos [ríe]. Hay muchísimos ejemplos, como lo que ha salido del ecce homo, esta señora que se ha hecho famosa por el famoso ecce homo, detrás de eso han salido veinte mil que se ponen a pintar y a repintar, y luego nos llaman a nosotros para que quitemos el repintado.

—Pero quien lleve una obra para restaurar y se encuentre con un resultado así...

—Horroroso, la gente lo que quiere es gastarse poco dinero, hacerle un 'charipeíllo', pero los 'charipeíllos' salen caros, lo barato sale caro de toda la vida. 

—Eloísa: ¿qué la llevó a hacerse restauradora: la vocación, la tradición familiar?

—Lo tenía clarísimo, bueno... no lo tenía tan claro: yo quería ser médico, como mi padre, pero la verdad es que no era una chica brillante en notas; además mi padre me quitó la gana, me decía que era muy duro. Pensé que me gustaría hacer algo de arte, pensé en 'cirujano de arte', con lo cual no estaba muy desencaminada. No soy cirujana plástica ni cirujana de otro tipo, pero soy cirujana de arte, y estoy encantada de la vida. El respeto a la hora de intervenir es igual (aunque no estemos hablando de una persona).

—¿Y por qué se especializó en la restauración de muebles, y no en otra disciplina?

—Mi especialidad, concretamente, es pintura, pero luego el Ministerio de Cultura me dio una beca, me fui a Madrid y allí me especialicé ya en el resto de las cosas, en escultura... y luego he ido haciendo cursillos, en Madrid también, de muebles. Ya en el año 2000 empecé a trabajar en la Universidad Popular y desde entonces sigo ahí trabajando (bueno, ahora mismo estamos un poco en el aire, no sabemos qué nos va a pasar). 

—¿En qué situación se encuentra ese asunto ahora mismo?

—La situación es que ahora mismo no hay nada, se ha cerrado para proteger a la gente, no sé... Los colegios están abiertos, no sé por qué nosotros no podemos abrir pero bueno, lo han decidido así. Eso ocurrió en el mes de marzo del año pasado, va a hacer un año.

—¿Se siente cómoda ejerciendo la docencia?

—Sí, además estuve dando clases de Dibujo Técnico en colegios como Pedro Poveda y Guadalimar. Me encanta enseñar. 

 

Licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Granada (1991) y especializada en Restauración de Pintura, Esculturas y Muebles, Arcos es también miembro de la Red de Cooperación en Educación Superior en Patrimonio del Proyecto Campus de Excelencia Internacional en Patrimonio PatrimoniUNI10 y de la Red de Expertos en Patrimonio del Proyecto Campus de Excelencia Internacional en Patrimonio concedido por el Ministerio de Ciencia e Innovación (CEB09-0032) a las Universidades andaluzas coordinadas por la Universidad de Jaén.

 

—Eloísa Arcos es una profesional de amplio bagaja, con una trayectoria muy consolidada. ¿Qué hace de una restauradora alguien a quien se le requiere con frecuencia: el prestigio, la reputación, el boca a boca? ¿O tiene que reivindicarse usted en cada trabajo que afronta?

—En mi caso creo que ha sido el boca a boca, sí; mi primera obra fue el Descendido de La Buena Muerte y la verdad es que eso me abrió muchas puertas. Yo acababa de llegar de Madrid de hacer mi beca del Ministerio de Cultura, que eso también me hizo que tuviera un peso fuerte, no a todo el mundo le dan todos los días una beca del Ministerio de Cultura, y más en el Instituto de Conservación y Restauración de Bienes Culturales, que es un referente de bastante importancia, y entonces a partir de ahí ya fue abriéndome puertas, me iban llamando de cofradías, una se llama a la otra, comentan "esta chica nos ha hecho un buen trabajo". 

—Así, poco a poco, nuevos encargos...

—Sí, de ahí fui a San Ildefonso, estuve trabajando en un retablo del Cristo del Valle; luego por pueblos, y la verdad es que no he parado.

—Eso de venir de Madrid, recién llegada, y enfrentarse a una obra tan significativa de la Semana Santa de Jaén como el Descendido debió de impactarle, ¿no?

—Le eché valor pero, bueno, poquito a poco, la verdad es que sabiendo lo que tienes entre manos, respetando siempre la obra y con todo lo que te van diciendo a lo largo de la carrera, es practicar. ¿Que cometes fallos? Como nosotros, los restauradores, usamos siempre material reversible, si lo haces mal es tan fácil como quitarlo y volverlo a hacer. Yo, desde luego, hasta que no termino una obra y está perfecta no la entrego, porque soy perfeccionista al máximo. 

—¿Ese perfeccionismo suyo incluye contar con la opinión del propietario de la obra sometida a restauración?

—Por supuesto, siempre que voy a entregar algo digo: "¿Qué te parece, hay algo que no te gusta, lo ves todo correcto?", porque, si no, lo quito y lo vuelvo a hacer de nuevo. Así soy yo.

—¿Puede llegar a chocar ese criterio profesional con el de la persona o la institución que le trae una pieza a su taller?

—Claro, y de hecho me ha pasado, por ejemplo con un mueble, me han dicho: "¿Puede quitarle este barniz?", y he pensado: "Madre mía, si esto es una obra de arte, cómo te voy a pintar yo este mueble? La madera, la originalidad... ¡No, no, no!". Además, con el tema de los muebles, como ahora hay tantas modas de esto de la pintura a la tiza, la gente se pone a pintar a la tiza y yo es que me echo las manos a la cabeza: "¡Madre mía, qué pena de muebles!". Y estamos hablando de muebles, pero hay otras cosas, por ejemplo cuadros: "Ponme mucho brillo en el cuadro", y yo digo: "No, no, yo te pongo una cosa normalita, satinado, que quede bonito". "Cámbiame el marco", y yo pienso: "No, por favor". Hay que respetar siempre la originalidad de la obra, eso es fundamental.

—El artista, el creador, imprime su sello propio a la hora de realizar una obra. ¿Y el restaurador, se hace reconocible a través de su trabajo?

—No, no, nunca. Todos los restauradores tenemos que trabajar conforme a los criterios que rigen, las normas nacionales e internacionales para la restauración de obras de arte, y de ahí no podemos salirnos. Si hay algo que quieras meter dentro... Por ejemplo, yo lo hice en la Virgen de la Consolación y Correa [de la Catedral de Jaén]. Como tenía la cabeza medio abierta, la abrí y le metí un papelillo diciendo que la había restaurado yo en aquella época, para que constara si en algún momento de la vida se volviera a abrir. Se volvió a cerrar, se pegó y ahí está. Eso es lo único que he puesto mío.

—El suyo es un oficio, entonces, en el que los vanidosos tienen poco que hacer...

—Nada, ni poner una placa diciendo que esta obra ha sido restaurada por tal o cual, nunca.

—Vamos, que nadie, por muy entendido que sea en la materia, puede reconocer la mano de un restaurador concreto en una obra de arte.

—No. Las manos del restaurador quedan solo inscritas en el tratamiento que se da a la obra. Todos los restauradores hacemos un tratamiento previo, durante y después. Entonces, eso queda reflejado en un informe técnico, en el que describes todo lo que se le hace a la obra y los materiales que has utilizado, y lo firmas con tu nombre.

—Habrá muchas cualidades prácticamente imprescindibles para dedicarse a este trabajo, pero ¿cuál de ellas resulta inexcusable, condición sine qua non?

—La paciencia, ¡por favor! Por ejemplo, el último trabajo que he hecho ha sido en un cuadro tremendamente grande, de dos metros y pico por casi otros dos, enorme; tenía una capa como de resina, de haber estado en la iglesia, con hollín..., yo pensaba que esa capa se iba a quitar mucho más rápido y cuál fue mi sorpresa que eso era como una costra, tan dura tan dura que fueron horas y horas. ¡Si hubiera tenido que cobrar el trabajo por las horas que eché! Gracias a que tengo mucha paciencia y que disfruto con mi trabajo, eché las horas y no las conté, pero las disfruté, porque en cada momento que iba descubriendo cosas lo disfrutaba para mí y pensaba: "Esto no tiene precio". 

—Eso se llama amor al arte...

—Por supuesto, porque iba descubriendo cosas que estaban ocultas, ¡y eso es tan interesante! Era un cuadro de una Virgen que estaba arrodillada, pero no se veían las manos, no se veía el libro... Cuando iba descubriendo el libro con todos los destalles... ¡eso es flipante! Te lo cuento y se me pone el vello de punta, ¡es tan bonito! Para eso hay que tener paciencia. Si no tienes paciencia no seas restaurador, y por supuesto el amor por lo que estás haciendo. La verdad es que yo estoy encantada, porque encima me pagan.  

—Y a la hora de cobrar, ¿también conviene tener paciencia o las cosas suelen ir por su cauce?

—No, porque normalmente tú haces un presupuesto previo y las cosas no pueden salirse de ahí, aunque a veces me tiro de los pelos, porque digo: "Uff, creo que me he quedado un poquito corta". Horroroso.

—Por sus manos han pasado (y siguen pasando) piezas de gran importancia artística, histórica y devocional. ¿Recuerda haber sentido una emoción especial ante alguno de los muchos trabajos que ha tenido que afrontar?

—Este que te cuento ha sido una de las obras más bonitas que he hecho, aunque no no es un pintor conocido. Pero es que descubrí hasta una firma y eso, para un restaurador, es bastante bonito. No es como el Sorolla último que se ha encontrado, que estaba en un desván (me encantaría haber sido yo el restaurador que hubiera descubierto esa firma de Sorolla, eso no se hace todos los días); yo he descubierto firmas, pero no de pintores tan importantes, aunque la satisfacción es la misma. Esa ha sido de las cosas más interesantes porque luego, en escultura, los escultores dejan su obra firmada, o mejor dicho incisa. He hecho el Cristo de las Misericordias, uno pequeñito que hay en la Catedral; el del Silencio también, sí. Ha llovido ya desde entonces.

 

Alejandro, el protagonista de 'La Tempestad', la novela con la que Juan Manuel de Prada ganó su 'Planeta' en el 97, suplica a Chiara, la fascinante restauradora de arte con la que entabla una singular relación, que abandone la hermosa Venecia: "Vente conmigo a España. Te sobraría el trabajo", le sugiere. Una oferta que, escuchando a su colega Eloísa Arcos, no parece remitir a Jaén, precisamente.  

 

—¿Alguna asignatura pendiente, alguna obra que le encantaría restaurar, a la que le haya echado el ojo?

—Me encantaría volver a trabajar en cualquier cosa que esté en la Catedral, porque la verdad es que, como empecé allí... No he vuelto a ir, más que nada porque ya hay otro chico como restaurador allí y no nos dejan paso a los demás restauradores, y eso que hay trabajo para todos, creo yo. Pero a mí no me han vuelto a llamar. 

—¿Hay mucha competencia en este gremio, dentro de la provincia?

—Yo veo que siempre llaman a los mismos; me alegro por ellos, la verdad, pero también podían llamarnos a los demás, tampoco somos muchos.

—Porque patrimonio por restaurar sí que hay, ¿verdad?

—Muchísimo, lo que pasa es que aquí... Yo he hecho varios presupuestos, por ejemplo, en San Andrés y los dos me los han echado para atrás, siempre han elegido a otra persona. No sé por qué, me dicen que porque el presupuesto era más barato. No sé si es por eso o porque tienen enchufe, yo qué sé. Muchas veces dices: "Para qué voy a hacer tanto presupuesto si sé que se lo van a dar a esta o a este, a los que están ahí metidos".

—Según usted, entonces, entre el enchufismo y el intrusismo...

—Yo hace ya tiempo que no toco cosas religiosas, pero por eso, porque no me dan opción.

—Un repaso a la nómina de restauradores en Jaén, lo que sí deja claro es que no es un terreno exclusivo de los hombres, que las profesionales abundan.

—No, no, hay chicas y chicos igualmente, en ese aspecto no hay problema, no lo he sentido nunca.

—Líneas arriba hablaba usted de los efectos provocados, por la pandemia en su trabajo como monitora de la Universidad Popular Municipal. ¿Cómo afecta el coronavirus a su trabajo, qué se ha llevado por delante? 

—Ya he dicho antes que desde el año 2000 dirijo el taller de restauración de muebles de la UPM, que me iba genial. Yo estaba supercontenta hasta que apareció esto en marzo del año pasado y se cortaron las clases. En principio íbamos a empezar de nuevo, los alumnos se han matriculado pero otra vez decidieron que no se iba a abrir, con lo cual se han quedado sin clases, están pendientes de que les devuelvan su dinero de las matrículas y ni se abre ni nada.

—¿Qué horizonte vislumbran usted y sus compañeros al respecto? ¿Les han dado alguna explicación?

—La explicación, que ha sido un poco tardía, es que por motivos del Covid, por protección al alumnado, se ha decidido no abrir.

—¿Cree que volverá a abrir?

—Yo confío en que sí, pero no se sabe. Dicen que iban a hacer obras, pero yo no veo que estén haciendo obras ni nada. Espero que sí, mi taller marchaba fenomenal y mis alumnos estaban supercontentos, tenía ciento y pico alumnos. Yo tengo mi taller, pero allí no puedo dar clase, es solo para trabajar.

—¿Qué piensa hacer, entonces? ¿No se apunta a eso que está tan de actualidad, a 'reinventarse'?

—Como en mi taller no tengo espacio para dar clases, he decidido reciclarme. ¿Qué pasa?, que las estoy dando on-line. Es difícil, pero no imposible. ¿De qué forma lo hago? A través de Meet. Se ponen en contacto conmigo, yo doy la clase de una hora, pero a veces se hace demasiado larga, porque no es lo mismo darla on-line que práctica. Entonces, lo que hago es dirigir el trabajo, les pregunto qué mueblen tienen para restaurar, qué quieren hacerle, les doy mi opinión, les indico lo que tienen que comprar... Y así andamos.

Vídeo y fotografías: ESPERANZA CALZADO

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