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"La ciencia ya ha demostrado que Dios existe"

"La ciencia ya ha demostrado que Dios existe"

Por Javier Cano - Marzo 10, 2024
Compartir en X @JavierC91311858

Hombre de ciencia y hombre de Iglesia, con Manuel Castellano Hernández (Jaén, 1963), se puede hablar de lo humano y de lo divino, desde la serenidad que le procuran sus dotes de buen conversador. 

Médico de vocación y cofrade de dinastía, esta entrevista podría haberse realizado en un quirófano o en una casa de hermandad, y en ambos espacios el entrevistado se hubiese movido como Pedro por su casa. Puestos a elegir, mejor con estandartes que entre bisturíes.  

—Ese segundo apellido suyo, Manuel, huele a Jaén cofrade, al Jaén de la Divina Pastora, a barrio de San Ildefonso...

—Sí, nací en la calle Nueva, me bautizaron en San Ildefonso y me pusieron Manuel de la Virgen de la Capilla, ese es mi nombre en la partida de bautismo. 

—Vamos, que destila perfume de incienso desde que vio la luz primera. 

En Manuel Castellano Hernández confluyen dos facetas que para algunos pueden resultar contradictorias en tanto para otros, resultan complementarias. Hombre de ciencia (médico), sin embargo su activismo cristiano lo mantiene en primera línea del mundo cofrade, su otra vocación particular. Cofrade de El Abuelo, de la Dolorosa de San Juan, cofundador de La Estrella, presidente de la Hermandad de la Divina Pastora, pregonero...

—¿Por qué se hizo médico? Tenía fácil continuar la tradición familiar pastoreña, ganadera.

—Por vocación. Desde chico, a los otros niños les preguntaban qué querían ser, y ellos decían bombero, torero, futbolista... Yo decía "méquido", y mi madre me corregía: "¡Méquido no, médico!". Desde chiquitillo, no sé por qué. 

—¿No había galenos en casa?

—Nada, ninguno. Después sí, pero por entonces ninguno. Yo vengo de una familia de campo, de ganaderos, de lecheros, por parte de mi madre, nada que ver con la medicina. Pero en mi familia pasó una desgracia...

—Cuente, por favor.

—Yo vi morir a una persona pequeña, muy joven, y me quedé impactado cuando vi que no podían reanimarlo. Quizás eso me impactó tanto que despertó mi vocación. Por eso, después, me hice intensivista, porque lo que quería era salvar vidas, no curar un dolor de estómago, para eso hay otros médicos. No sé. 

—¿Su trayectoria profesional siempre ha estado ligada también a Jaén, como la personal, o ha conocido la nostalgia en sus propias carnes?

—No, hice la residencia en Toledo y luego me fui a Córdoba, al Reina Sofía, estuve allí de adjunto ocho años. Después conseguí mi plaza fija en Andújar y allí estoy, en la UCI, pendiente de venirme a Jaén, a la UCI de su hospital. 

—¿Qué funciones realiza exactamente en su actual destino?

—Soy coordinador de trasplantes y también de soporte vital. 

—Si mira hacia atrás, Manuel, ¿está satisfecho de la decisión que tomó al consagrarse al ámbito quirúrgico?

—Por supuesto que sí, soy feliz siendo intensivista. 

—Y eso que su trabajo no estará exento de días duros...

—Muy duros. Esta misma mañana [por el martes] me he enterado de la muerte de un amigo de todos, muy conocido en Jaén, Sixto Cobo: no se llegó a tiempo, pero esta persona hubiera sido enfermo mío, de una UCI. A algunos como él lo hemos reanimado, lo hemos sacado nosotros y nos queda ese sabor dulce, aunque pasas muchos momentos agrios, juegas con la vida y la muerte. Mi especialidad es esa. 

—¿Enfrentarse cada día a esa dualidad requiere algún tipo de entrenamiento mental?

—Se requiere entrenamiento mental, sí. Al principio, recién incorporado, al informar a familiares, yo he llorado informando a familiares, y tú no te puedes permitir llorar delante de un familiar, tienes que ayudar. Eso lleva un entrenamiento progresivo, aguantarte y luego, ya... 

—¿Se llega a asumir con cierta naturalidad, o nunca se termina de estar preparado del todo para eso?

—Nunca se llega a ese punto de naturalidad, somos humanos. Te tienes que poner siempre en el lugar del enfermo y de sus familiares, que es con quienes más tratamos nosotros. Es difícil.

—En el otro extremo, cuando todo sale bien, experimentará un subidón de autoestima, ¿no?

—Un chute de autoestima, sí. 

—La pregunta del millón, señor Castellano: ¿Cómo convive el científico, el hombre de ciencia, con su otro yo?

—Se ha hablado mucho de esto, pero la ciencia ha demostrado que Dios existe. Cuando dicen que la ciencia va por un lado y la creencia y la fe por otro, no es así. Si no hubiera habido un Dios que creó la primera célula, el primer átomo, no existirían el mundo ni el universo, porque por ciencia infusa no se han creado, tiene que haber alguien detrás que lo haga. La probabilidad de que una célula sea viva es una entre millones. ¡Si no hubiera sido Dios quien hubiera creado esa célula viva, se hubiera dado esa probabilidad! Dios existe.

—Esto que dice habrá sido conversación cotidiana entre usted y sus compañeros más de una vez, ¿verdad?

—De conversaciones y de discusiones, sí. Pero yo lo uno muy bien, mi profesión está más cerca de las humanidades que del científico.

—Que hable ahora el pastor...

—¿Yo? En la Divina Pastora de toda la vida. Nuestra cofradía es de 1595, conservamos los estatutos originales, y ahí ya aparecen los apellidos míos. Mi bisabuela contaba que su bisabuelo ya era de la Pastora. 

—Eso es como tener un título nobiliario, pero en modo pastoreño...

—En modo pastoreño, sí. 

—¿Su vocación cofrade también nació en su tierna infancia, o le llegó antes el deseo de curar que el de salir en procesión?

—Paralelo. Yo nací, me bautizaron en San Ildefonso delante de la Pastora y delante de ella hice la Comunión. Y con dos años ya me vestían de pastor. Fui también uno de los fundadores de La Estrella, y en la procesión de Nuestro Padre Jesús iba yo hasta que se encerraba, mi madre me levantaba con siete u ocho años para salir. 

—¿Cofrade comprometido con la identidad jaenera, o es usted de los que prefieren los nuevos aires?

—Estoy abierto a los nuevos aires siempre y cuando sea para mejorar. Evidentemente, si nos sacan de nuestras tradiciones para meternos en otras que no nos aportan nada, no estoy de acuerdo. Si es para mejorar, sí. 

—¿Y cómo analiza Manuel Castellano Hernández el estado actual de la Semana Santa de su ciudad? ¿Cree que se respeta actualmente la tradición, o por el contrario le parece que hay un empacho de novedades, como diría Serrat?

—A medias, creo que hay una pipirrana ahora mismo, pero lo importante es mantener el mismo estilo. Si imitas tanto a Sevilla que al final vas a ser solo un imitador, eso no va a ser bueno. Una persona que copia no es original, por muy bien que pintes Las Meninas, nunca lo harás como las pintó Velázquez. Lo mismo pasa con esto, tenemos que tener nuestra propia Semana Santa, tan antigua como la de ellos, y con nuestras tradiciones, como ellos. Pero claro, lo feo vamos a ir quitándolo, evidentemente.  

—¿A qué se refiere?

—La manera de llevar los pasos, la manera de vivir las cofradías, de andar, los cultos, los nombres... 

—Pero en su cofradía, la que usted mismo preside, también le pueden 'acusar' de haberse rendido a esos nuevos aires, en algunos aspectos, ¿no cree?

—Las cofradías hemos sido las abanderadas de la democracia desde el principio; por muy presidente que seas, si la mayoría vota un cambio de estilo, lo tienes que aceptar, te tienes que ir acomodando también a la gente nueva. Muchas veces, o te acomodas o mueres. La gente de hoy en día, la gente joven (lo sé por mis hijos), si no llevas las imágenes a costal no salen de costaleros. Nosotros lo llevábamos, al principio, al estilo tradicional de Jaén, pero nos quedamos sin costaleros, un año por pocas no salimos.  

—Para terminar, Manuel. En plena Cuaresma, con la Semana Santa a la vuelta de la esquina, ¿se llevan bien su agenda médica y la cofrade?

—No, no: chocan, tengo muchas guardias, siempre estoy cambiando turnos, los compañeros me odian. Pero como me conocen...

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