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"Cuando llegué al campo de refugiados sólo veía a mis sobrinos"

"Cuando llegué al campo de refugiados sólo veía a mis sobrinos"

Por Fran Cano - Abril 03, 2022
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Myriam Núñez Peña (Jaén, 1989) fue a la frontera de Ucrania, regresó con 42 refugiados y desde el mismo día en que volvió a Andalucía ya tenía en la cabeza un pensamiento: conseguir otro autobús para repetir el camino, si bien el siguiente exigirá un trayecto con 1.000 kilómetros más. La voluntaria formó parte de la expedición habilitada por la plataforma de cooperación que comparten Jaén y Granada. El trabajo, dice, no ha hecho más que empezar.

La jiennense recomienda cautela, pausa, a la hora de ayudar, porque en juego están las vidas de familias. La cobertura comprende más que el desplazamiento y es imposible hacer un buen trabajo si las partes no están sincronizadas. Ésa es la lección que ya ha aprendido.

Núñez trabaja en Justicia Juvenil en Granada con menores que han cometido delitos. Es también cofundadora de la oenegé Aldeverán, impulsada por Carmen Peña, su madre, para ayudar a los poblados más vulnerables de República Centroafricana. Reconoce que su vida tiene algo de rompecabezas. "Soy una chica para todo", dice en la Redacción de Lacontradejaén.

—Viene de su primer viaje a Ucrania. ¿Le ha sorprendido más de lo que esperaba?

—Me asustaba más, porque era mucha tela de viaje en autobús. Son 42 horas para allá y otras tantas de vuelta. Muchas. Mi principal miedo era justo ése, una vez montados en el bus. Pero luego llegaron los miedos de empezar a organizar todo. Diez días antes vivíamos en una montaña rusa de emociones. A veces parecía que salía todo; en otras ocasiones, no salía nada. Y cuando llegas a la frontera y descargas el material sanitario eres consciente de a qué vas.

—Ya.

—Mientras tanto tu mente se distrae en otras cosas, como en el viaje. Una vez que llegas, como digo, es cuando piensas 'voy a recoger a gente que viene de la guerra'. La primera parada fue en una estación de tren y luego fuimos al campo de refugiados.

—Ahí fue donde me dijo que vivió un impacto emocional.

—Fue una derrota emocional compartida. También hubo un concepto de grupo muy importante y por eso salimos a flote. No me hizo falta verbalizar que me había roto. Me abracé con mis compañeros y ahí supe que no estaba sola. Enseguida me puse a funcionar y a hablar con la gente que estaba allí. Tenía que ser resolutiva.

—¿Cómo era la escena en ese momento? En el campo de refugiados.

—Lo primero que ves son tiendas de campaña y una especie de mercadillo, de los que ves en tu ciudad. Ahí la gente llega y ofrece cosas. Cogen lo que necesitan sin más. Ésa es la parte exterior. Yo no soy madre. Una vez allí, yo sólo veía a mis sobrinos por todos lados. Estaba todo lleno de niños. Impresiona mucho.

—¿Y cómo fueron las horas en que, como voluntarios, decidían quién se subía o no al autobús?

—En el servicio del autobús ya está estipulado que tú vas a un punto y te vienes. Nosotros llegamos a la frontera y ahí te encuentras que hay gente con ansiedad que o bien se ha cansado o se ha ido en otro autobús. Cuando llegamos y dijimos de salir, teníamos seis plazas libres. Me comía la ansiedad cuando el conductor dijo que nos íbamos. Miré a mis compañeros y nos dijimos que no había prisa. Que no nos íbamos sin esas plazas ocupadas.

Hablamos con la Fundación Juntos por la Vida y no salía nadie. Es difícil que la gente se quiera ir hasta España porque son 3.000 kilómetros de distancia. Justo cuando nos íbamos a ir nos llamó 'Juntos por la Vida' para contarnos que había una familia de seis personas que decían que sólo se irían juntas. Llamé a dos familia de Ogíjares (Granada) y me dijeron que se hacían cargo. Antes de eso tuvimos un percance con una menor, que no pudo viajar porque llevaba perro. Hubo una situación difícil: tenía que decidir si me llevaba a tres mamás con sus niños, que seguro tendrán familia, o a una familia de seis que ya tiene acogida. Ahí te 'baila' la moral. Al final decidimos llevar a la familia de seis, porque entendimos que iba a ser más sencillo.

"EL AFÁN DE AYUDAR NO PUEDE ECLIPSAR EL RESULTADO EN UCRANIA"

—¿Es la experiencia más difícil desde lo emocional que ha enfrentado?

—Bueno, estuve en República Centroafricana y nada más llegar viví una guerra. Fue diferente. El impacto con el tema de Ucrania lo he vivido con más cercanía, quizá porque me he sentido más responsable. Además, supuso una responsabilidad inmediata. Todo fue a contrarreloj y en un clima de ansiedad. Fue una incertidumbre muy grande, especialmente en el momento del autobús. Sé que cuando voy a República Centroafricana todo paso que dé, lamentablemente, es a mejor. El afán de ayudar no puede eclipsar el resultado final en lo que respecta a Ucrania. No puedes llegar a la frontera con un autobús y traer para a España a todo el mundo. Hay que detenerse. No puedes montar a una familia y dejarla en cualquier parte o a miles de kilómetros de su casa.

—No todo el mundo puede hacer este tipo de ayuda.

—¿Se refiere a ir a Ucrania?

—Sí.

—Mire, yo no lo veo tan lejano. Para mí no es un gesto heroico. Esto es una cadena, y yo soy la parte visible de una acción, que es ir a la frontera de Polonia para ayudar a refugiados. Yo no hubiese podido ir sin los donativos de particulares, sin el respaldo de la gente que ha llevado productos a naves como la de Salvador García.

—Jaén ha vuelto a demostrar que es una provincia solidaria.

—Se ha volcado muchísimo. Es emocionante. A mí ahora se me abre el pecho cada vez que hablo con una familia de acogida. Cada capítulo que te cuentan es una aventura. El cariño, el cuidado y el mimo con el que la gente ha acogido a las personas que hemos traído es increíble. Le hablo de detalles como preguntar si hay algo que no pueden comer o cuál es su religión. Ese tipo de cosas me emocionan. Una mujer refugiada dijo su primera frase en castellano cuando fue a comprar unos zapatos en España: "Tengo vergüenza". Tampoco es fácil recibir ayuda en un país extraño, que no es el tuyo.

—¿Cómo puede ayudar la ciudadanía para lograr el segundo autobús?

—Este autobús me preocupa más, porque es el autobús de un corredor humanitario que van a abrir con destino a Moldavia. La gente de allí está sufriendo la guerra desde que empezó. Le hablo de personas que están destrozadas psicológicamente. Además, supone un recorrido con 1.000 kilómetros más que el anterior. Le damos prioridad al material sanitario y sobre todo necesitamos familias de acogida para que las personas que traemos estén a salvo. Como he dicho antes, no sirve de nada sacarlos de allí para meterlos en una residencia o en otro campo de refugiados. Nos gustaría que llegasen a familias de acogida aunque sea de forma temporal. Al menos sería un puente hacia la integración social.

—Seguro que hay jiennenses que quieren ayudar a la población ucraniana y no saben cómo hacerlo. ¿Qué les aconseja?

—Que no tengan prisa. Una de las lecciones que me llevo de este proyecto improvisado es que las prisas nunca son buenas. Todo esto empezó porque yo quería ir a la frontera en mi coche. Y fíjese cómo ha cambiado la cosa; los resultados son mucho mejores cuando unimos fuerzas y escuchamos experiencias de personas que ya han ido. Ahora es importante detectar en qué nos hemos equivocado para no cometer de nuevo ese error. Hemos aprendido que hay mucha ayuda pero no está canalizada. Por eso lo que hacemos es canalizarla. Nosotros pusimos el autobús en manos de 'Juntos por la Vida' y nos instaron a ir a la frontera para luego dejar a los refugiados en ciudades de España como Barcelona, Manzanares y Granada. Se trata de saber coordinarse bien.

"LA GUERRA DUELE EN TODOS LOS SITIOS"

—Usted además es cofundadora de la oenegé Aldeverán. ¿Cómo fue el origen?

—Surgió por mi madre, Carmen Peña, que es la fundadora. Ella se fue de voluntaria a África y se dio cuenta de que una parte ya estaba cubierta, de modo que decidió irse a la otra, que estaba sin ayuda. Allí intentó avanzar y encontrarse con los pueblos que sí contaban con recursos.

—¿Cómo está la oenegé ahora mismo?

—Pues mi madre se va mañana or el pasado martes] a República Centroafricana. Los proyectos van muy despacio, porque somos un colectivo muy joven. Ahora queremos ir cerrando etapas, formando a la gente que está allí y se queda dándole vida a los proyectos iniciados.

—¿Se preocupa el ciudadano medio, de a pie, por lo que pasa en el resto del mundo?

—Al final la agenda de los medios 'dicta' por qué toca preocuparse. No quiero echar una pelota, pero lo cierto es que guerras hay en todos sitios. En República Centroafricana hubo un bombardeo hace tres semanas junto a un hospital nuestro, de 'Aldevarán'. Y es una guerra. Con bombas, con personas de a pie. No lo he visto en ningún medio. La guerra duele en todos los sitios. Lo que ocurre es que hemos normalizado según qué guerra. Es mi punto de vista. Hemos normalizado que en países subdesarrollados existan guerras. Sin embargo, llama mucho la atención que Kiev sea bombardeada.

—¿Qué te llevó a ser educadora social?

—Nunca me gustó estudiar. Suspendí hasta el recreo (risas). Mis profesores de Jaén me escriben ahora, cuando salgo en los medios. Mi madre insistió en que hiciese Bachillerato. Acabé y dije que no quería seguir estudiando. Ella me insistió y al final hice un módulo. No sabía ni de qué. Yo le decía a mi madre que lo que me gusta es ayudar. Hice el módulo de Integración Social y me di cuenta de que había carreras que me motivaban, como Educación Social. La cursé y luego la 'enganché' con Criminalidad de Menores. Estoy contenta de que mi trabajo sea vocacional. La vocación no se elige.

—¿Le gusta su trabajo en Justicia Juvenil en Granada?

—Me encanta. Tengo la suerte de que nunca entro en rutina. Antes trabajaba en Protección de Menores y ahora estoy en el otro extremo. Antes estaba con menores que necesitan ser protegidos y ahora me ocupo de los infractores. Son menores que por algún motivo han cometido algún delito y están en el Servicio Integral de Medio Abierto. Me gusta muchísimo mi trabajo, porque no hay casillas concretas. Hay menores con delitos que también están en protección. No hay nada igual. Siempre tienes ganas de más.

—¿Quiere añadir algo?

—Insisto en que las ganas de ayudar no pueden eclipsar el resultado final. ¿Quieres ayudar? Vale, pero pregúntate cómo. Eres, al menos de forma indirecta, responsable de la vida de las personas a las que ayudas. Si no puedes hacer un seguimiento real, asegúrate de que la persona refugiada va a un buen sitio y la familia de acogida es un buen puente hacia la integración social. Todo lo que esté en tu mano hacer, míralo bien. Hablamos del futuro de familias enteras.

Fotografías y vídeo: Fran Cano.

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