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"Veo a Nuestro Padre Jesús para toda la vida en su Camarín"

Por Javier Cano - Diciembre 22, 2019
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El dia es tan ventoso y desabrido como el que, hace la tira de años, vio volar el quiosco de Petrolo por la calle Campanas. Allí, en la esquina con Maestra, aguarda Prudencio Villar Sánchez (Jaén, 1948). Cofrade de Nuestro Padre Jesús desde que nació, lo ha sido todo en su varias veces centenaria hermandad. Nazareno, promitente, miembro de su junta de gobierno, pregonero, actualmente consejero y antes, hermano mayor... En ese cargo estaba cuando, hace una década, el Camarín salió de la ruina y volvió a albergar a la imagen más querida por los jiennenses. En plena celebración del décimo aniversario del traslado, ajeno ya a tanta responsabilidad y con un cortado con sacarina en la mano, habla para este periódico sobre un momento que forma parte de la memoria histórica y sentimental de Jaén, él que le puso rostro al anhelo y a la emoción de los miles de cofrades de Jesús de los Descalzos aquel histórico 2009.

—¿Qué supuso la rehabilitación del Camarín de Jesús y el traslado de la imagen para la cofradía que gobernó y para usted mismo?

—Estoy convencido de que para la cofradía ha sido un hito histórico. Para mí, personalmente, que me tocó estar al frente de la cofradía, una situación inolvidable.

—¿Y para Jaén, para los jiennenses incondicionales del Nazareno?

—Para el pueblo de Jaén también, aunque no sé si se le ha dado la importancia que realmente tuvo. Nos acostumbramos a que el camarín se proyectó, se construyó, a que nos trasladamos..., pero no sé si a ese hecho histórico, en Jaén equiparable no sé a qué y que no se ha dado nunca en ninguna cofradía, se le ha dado la verdadera importancia con la que la cofradía lo asumió y yo, personalmente, lo tomé de mi mano, como si fuera una cosa mía.

—¿A quién señala cuando dice que no le ha concedido la importancia que tuvo, en quién piensa?

—En general. Es un hecho histórico, y además está referido a la imagen que se le tiene más devoción. Nos acostumbramos a que eso ha sido una cosa normal, y no ha sido normal ni desde el principio ni hasta el final. Ahí ha habido muchísimos componentes que han hecho que sea una situación excepcional. 

—Y un proceso largo y complicado, ¿verdad?

—El proceso fue muy largo. Aquello empezó en el año 88, el hermano mayor presentó un proyecto sin que hubiera nada firme entonces, confeccionado por un arquitecto de Jaén. La cofradía lo presentó en una asamblea general pero sin ninguna base de realidad, porque nadie había dicho nada hasta entonces. Fue a raíz de la concesión de la Medalla de Oro de la Ciudad de Jaén a Nuestro Padre Jesús, estando José María Mariscal de hermano mayor, cuando, paradójicamente, Izquierda Unida-Los Verdes pidió en una moción en el Ayuntamiento que se recuperara el viejo edificio y que estuviera Nuestro Padre Jesús allí.

—Años de peticiones y de espera...

—Un proceso muy largo en el tiempo pero muy corto en la ejecución. En 2004 el Ayuntamiento expropió el edificio y en 2006 se presentó el proyecto de rehabilitación, se concretaron las obras y se firmó el documento para la reconstrucción. 

—No exento de problemas, de dificultades, ¿no?

—No fue fácil, pero tuvimos muchísima suerte. Habíamos tenido acceso a un proyecto de obras en un principio, que luego no se pudo llevar a cabo por ciertas razones. Contemplaba una planta sótano, pero se descartó y modificó el proyecto. A nosotros no nos habían dicho nada, fue una casualidad que nos enteráramos, y efectivamente fuimos al Ayuntamiento y nos enseñaron un nuevo proyecto.

—¿Les convencía?

—Había una serie de carencias y cosas que había que luchar por ellas, como medidas de seguridad antiincendios, antirrobo... Todo eso conseguimos que se modificara en el proyecto, aunque no todo se hizo al final. Y empezaron las obras.

—Empezaron y terminaron. ¿No le produjo vértigo pensar en cómo llenar de contenido el Camarín una vez concluida su restauración?

—Empezamos a plantearnos: '¿y ahora qué, porque esto se va a acabar en un año?'; sí, muy bonito, pero vacío. ¡Y yo no me voy a llevar la imagen de Nuestro Padre Jesús en una mesa de oficina con unas faldillas! Teníamos que tener lo mínimo indispensable para que estuviera allí con decoro. Así que pedimos proyectos, presupuestos de retablos, con toda nuestra inocencia de no saber lo que costaba aquello ni cómo podríamos conseguirlo. Cuando teníamos todo, empezamos a movernos a nivel de Sevilla, de la Consejería de Cultura. Eso sí, no nos hacían mucho caso.

—¿Cómo abordaron entonces el reto? ¿De dónde salió todo lo que hoy día luce en el templo?

—Afortunadamente, un día, la alcaldesa Carmen Peñalver me preguntó cómo iba lo del Camarín. Le dije que muy bien, pero que no sabía qué pasaría después de las obras: 'Tenemos unos presupuestos ahí que ni cogiendo la cuota de cofrades de cincuenta años somos capaces de llevarlos a cabo. Y creo que una vez que esté rehabilitado, cincuenta años no debe estar eso vacío', le comenté.

—Así, como el que no quiere la cosa, le lanzó el guante.

—Me pidió un plan de necesidades y se confeccionó. En un principio pensamos en un retablo solo, una capilla digna para la Virgen y otra para el Santísimo, que era lo menos que tenía que haber. Y luego todas las necesidades que tiene una iglesia. La alcaldesa lo acogió con mucho cariño y, un día, me llevé la agradable sorpresa de que la Consejería de Cultura de la Junta me llamó para decirme que nos habían concedido una subvención de quinientos mil euros para unos determinados enseres.

—Verle la cara aquel día sería todo un poema...

—Ya podíamos empezar a ponernos en marcha. Teníamos el proyecto de los retablos de Manuel Guzmán, de Sevilla, se firmó el contrato y empezamos a movernos. 

—Quinientos mil euros son un dineral, pero no daban para todo. ¿Cómo hicieron frente a lo que no cabía en aquella subvención?

—Tuvimos mucha suerte, porque fueron muchas personas las que nos dijeron que no pero infinidad las que tomaron eso con mucho cariño. Prácticamente la totalidad de los bancos fueron subvencionados por personas y familias. Todo lo que hace falta en una iglesia, los elementos litúrgicos, los libros de misa, la mesa del altar, el ambón, la pila de agua bendita, las candelerías que están en los altares..., todo fue fruto de donaciones. Todos los miembros de la junta de gobierno colaboraron también en la medida de sus posibilidades para que aquello fuera una realidad.

—Su junta de gobierno fue un buen bastón, y no solo en lo económico...

—Todos ellos, sí, e importantísimo fue mi vice hermano mayor, Francisco Manuel Gutiérrez, que me acompañó en todo, en la cantidad de viajes que hicimos a Sevilla. 

—¿Quedó contenta la cofradía con el resultado de la restauración? 

—Gustarle a todo el mundo es imposible, pero nosotros sí quedamos muy contentos, todo lo que habíamos proyectado pudimos llevarlo a cabo. Incluso algo que no estaba proyectado, por nuestro desconocimiento: un zaguán de respeto para que no estuviera aquello abierto en invierno y en verano. Las personas que se comprometieron a financiarlo nos dejaron en la estacada.

—Puff, menudo chasco, ¿no? ¿Cómo salieron del trance?

—Como siempre he dicho, ese templo no se merecía que aquello se hiciera con cuatro planchas de chapado, de formica; necesitaba tener la categoría del templo. Y se hizo, cuando nos dejaron en la estacada tuvo que asumirlo la propia cofradia. 

—Y las funciones del templo, ¿aspiraba la hermandad a que el Camarín pudiera acoger todo tipo de celebraciones religiosas y, por ende, a autofinanciarse?

—No nos planteamos unas metas muy grandes, solo queríamos que fuera la casa de Jesús. Lo que después fuera a pasar con el templo no nos correspondía a nosotros. A don Ramón del Hoyo, obispo entonces, le pedí que fuera, por lo menos, un santuario de carácter local, porque parece que la imagen con más devoción de Jaén y quizá de la provincia debía tener algo que no fuera una simple capilla. La verdad es que me hizo caso, y antes de la bendición  un decreto nombraba santuario local al Camarín de Nuestro Padre Jesús.

—Pero de bodas, bautizos y comuniones, nada de nada.

—Nosotros, a raíz de entonces, sí que creíamos que la iglesia podría participar en todos los servicios, como en todas las capillas de Córdoba, Sevilla, Granada, Cádiz se pueden hacer matrimonios, bautizos, comuniones. Pero aquí, en Jaén, no tuvimos la suerte de que nos lo aprobaran. Esa era la única forma (y se está viendo diez años después) de que aquello se pueda sostener económicamente.

—¿Cree que esta situación cambiará algún día, que las puertas del Camarín se llenarán de arroz?

—Hasta ahora nos hemos topado siempre que lo hemos propuesto. Los estatutos se podían modificar a los cinco años, y se presentó una modificación, pero no lo autorizaron. Ahora se podrá modificar otra vez, pero creo que eso es inviable. Tendremos que seguir luchando para financiarlo, los dirigentes actuales así lo hacen. Una iglesia abierta al culto todo el día, con medidas de seguridad, con limpieza, conserjería... no se costea con las velitas ni con las limosnas. 

—¿Recuerda todavía las críticas que surgieron en torno a la salida de El Abuelo desde el templo carmelitano?

—Las primeras críticas no surgieron por la salida, que se produjo meses después de trasladarnos, sino sobre la ubicación de la imagen. Siempre defendí que el Camarín de Jesús es el Camarín de Jesús. Lo otro es la antigua iglesia de San José, pero el Camarín es el origen de por qué aquello se rehabilitó completamente. Y Nuestro Padre Jesús tenía que volver al Camarín. Esas fueron las primeras críticas. Poquito a poco se ha ido pasando, ya creo que nadie habla de eso, y más ahora, que la junta de gobierno actual ha tenido el acierto de llevar a la Virgen al altar mayor, que es imagen titular de la cofradía.

—Que también ha suscitado comentarios.

—Todo genera críticas, sí. Luego vino la procesión. El primer año todo era estupendo, el lugar ideal, ¡qué bonito, qué recogido!, sin la multitud de la Plaza de Santa María ni la basura que quedaba allí ni los gamberros que se metían entre medias. Pero claro, luego vino la segunda parte, ¡algo hay que criticar!. Es cierto que salir de la Catedral es impreisonante. Yo, toda mi vida lo he visto salir de la Catedral o de La Merced. ¡A ver qué cofradía de Andalucía no querría salir de la Catedral!

—¿Le dio dolores de cabeza ese asunto?

—Poco a poco intenté convencer a la gente (y mi sucesor lo mismo) de que nosotros teníamos la iglesia, que era la nuestra, la casa de Jesús, y que tenía que salir y regresar a su casa. Eso de sacarlo para llevarlo a la Catedral para salir y luego encerrarnos, a lo mejor queda muy bien estéticamente pero no tiene sentido. Si esa es su casa, ¿por qué no va a salir de ahí? Máxime cuando uno de los principales problemas que tuvimos fue hacer una puerta para sacar los tronos. 

—Sobre eso corrieron ríos de tinta.

—Aquello sí que fueron unas negociaciones duras, hasta que alguien con peso político pudo convencer de que había que hacerlo así por narices. La responsable de la Delegación de Cultura en ese tiempo no estaba dispuesta a autorizarlo. Sin embargo, se veía que no había más remedio que hacerlo. Se planteó hacer delante de la iglesia una urna grande de cristal para montar allí los tronos; a lo mejor hubiera quedado bien, pero a mí me parecía una barbaridad. ¿Luego que hacíamos todo el año con esa urna? 

—Una década después de la inauguración y del traslado, ¿es usted consciente de lo que logró a la cabeza de su cofradía?

—Sí, desde el principio. Manuel López Pérez, que en paz descanse, fue mi asesor en todo y él me inculcó lo que debía yo sentir por haber sido cabeza de ese grupo de personas cuyos nombres están escritos allí, en una placa conmemorativa del día que nos trasladamos y que había llevado a cabo el hecho de que Jesús volviera a su casa. Aquello era ya una reivindicación de casi doscientos años. En el discurso de inauguración decía yo que cuando el 15 de marzo de 1836 la imagen se fue, se fue para no volver. Si no llega a ser por la decisión valiente de un grupo de jaeneros, el Camarín hubiera estado demolido. 

—En ese camino, ¿qué se ha dejado Prudencio Villar?

—He hablado ya de las personas que vivieron con ilusión lo que iba a pasar... Mi mujer me acompañó en todo el proceso y, bueno, pues se quedó en el camino. Eso me hizo plantearme no seguir, no volver a presentarme como hermano mayor en su momento. Pero ella me había hecho prometerle que por muchas dificultades que hubiera, yo iba a estar ahí hasta que eso se llevara a cabo, y así fue. De esa suerte, de esa ayuda hablaba yo antes: que se presentara un día la alcaldesa y me preguntara qué necesitábamos, despues de años de llamar a un montón de puertas... Ha tenido que ser suerte, y algo más.

—En sus peores pesadillas, ¿ha llegado a contemplar la posibilidad de que El Abuelo tenga que volver a dejar el Camarín alguna vez?

—Yo lo veo imposible. No creo que lleguemos nunca a eso. Veo a Jesús toda la vida en su Camarín. Supongo que tampoco nadie se imaginaba, a principios de 1800, que se fuera a ir de allí, y sin embargo circunstancias políticas lo provocaron. Pero hoy día, en el entorno que nos movemos en Europa, no creo que se puedan producir conflictos que den lugar a algo así. La cesión, como bien se conoce, es temporal, porque el Ayuntamiento, no puede cederlo más tiempo, pero creo que las corporaciones municipales que vayan entrando lo renovarán sin más problema. 

—Ahora es consejero de la cofradía, una suerte de hermano mayor emérito. ¿Qué implica ese cargo para usted?

—El cargo es bonito y, además, te libera de muchísimas preocupaciones, porque estás para cuando quieren contar contigo. Yo no le tengo que decir al hermano mayor lo que tiene que preguntarme o no, él es, cuando tiene una duda, el que me la consulta. Tener consejeros es una decisión del hermano mayor, ser consejero no es un derecho del saliente. Franciscpo Gutiérrez contó conmigo, Ricardo Cobo también. Ahí hay gran parte de mi vida, soy cofrade desde que nací, y en el Camarín también hay mucho...

—Si mira hacia atrás, en esta década que ha pasado han ocurrido muchas cosas en la cofradía, en Jaén, en España Inestabilidad política, un tranvía que no arranca..., y estos son solo un par de ejemplos.

—La política nacional está loca perdida, pero nosotros sí estamos muy centrados en lo nuestro, menos mal que no se nos va la cabeza, nos salvamos. ¿El tranvía que no es tranvía?: es que para que las cosas funcionen, hay que poner voluntad. En el momento en que aquello se hizo y no había voluntad de que se inaugurara, pues no se va a inaugurar nunca. Si nosotros no hubiéramos puesto la voluntad necesaria para que el Camarín fuera lo que hoy es cuando estuviera acabado... ¡Hubiéramos estado toda la vida así!

—Y en la devoción de los jiennenses hacia el Nazareno. ¿Nota usted la misma pasión de siempre?

—No cabe duda de que la devoción de Jaén, eso de que los padres apuntaran a los hijos a su cofradía nada más nacer, se ha perdido. Otra cosa que se ha perdido es la gana con la que tomábamos el cometido de llevar a Jesús, y te lo digo yo que he sido promitente durante veintidós años bajo el trono; a mí no se me pasaba un año (y estuve en el servicio militar un año y otros cuatro fuera de Jaén) inscribirme, yo tenía saeteado a mi padre para que subiera a apuntarme, era algo sagrado, el mismo día que se abría el plazo. Eso ha entrado en desgana.

—¿Tiene alguna explicación, por qué cree que ocurre?

—Porque se está perdiendo en la familia esa tradición que inculcaban los padres a los hijos, los valores, las devociones. Yo lo he hecho con las mías, pero eso hoy se está perdiendo, los matrimonios trabajan los dos, ven a los hijos raramente, por la noche (la mayoría, no digo que sean todos los casos). La sociedad vive más deprisa que antes y las tradiciones populares ya no se viven. La vida está así.

—¿Le gustaría que cambiara esa tendencia que percibe? ¿En manos de quién está?

—La juventud es la que mueve el mundo, y si la juventud da un sesgo y aparte de los botellones se empieza a acordar de otras cosas que son bastante más importantes, aunque llamen menos la atención, se puede conseguir.

—¿Cómo? ¿Ha sido usted testigo de algo así a lo largo de su vida?

—En los años 70 hubo también un hundimiento de las cofradías, los tronos iban a ruedas y un tío achuchando, y después conseguimos lo que se consiguió. Ahora parece que estamos otra vez en declive. Puede pasar que la juventud se anime, que coja eso como una devoción y que le guste, ¿por qué no?

—¿Qué puede atraer a la juventud de una cofradía como la de Nuestro Padre Jesús?

—La juventud en los tronos es el costal, y nosotros, hasta ahora, nos hemos negado. A mí, particularmente, no me gusta, yo soy de los promitentes  tradicionales, de los que han estado veintidós años allí oyendo la marcha del maestro Cebrián cuarenta, cincuenta y sesenta veces. Pero no me disgusta ver a Jesús con otras marchas.

—¿Lo dice por experiencia? ¿Ha sido testigo de una procesión de El Abuelo con otras marchas?

—En la procesión del 425 aniversario de la cofradía, detrás de Jesús se interpretaron otras marchas que son también propiedad de la cofradía, que han sido dedicadas a las imágenes tambien y que no se les da importancia. Por supuesto, la del maestro Cebrián es la principal, pero tiene más marchas dedicadas. Me impactó a mí esa procesión, por lo bien y majestuosa que iba la imagen con otras marchas.

—Si fuera por usted, eso sería un hecho...

—No va a haber más remedio. Hay una generación de promitentes ya mayores que son los que se cierran a esos cambios, pero no cabe duda de que, por ley de vida, todos van a pasar, van a dejar de ser promitentes, y los que tienen que proponer que eso cambie son los que se van incorporando ahora. Los más radicales dicen: 'prefiero a Nuestro Padre Jesús con ruedas que a costal'. No sé el gusto dónde lo tienen.

—Está claro que, para Prudencio Villar, El Abuelo seguirá en el Camarín toda la vida pero... ¿y en la calle?

—Jesús tendrá que ir como quieran sus cofrades y dictamine la junta de gobierno que haya en ese momento, pero no lo que diga una persona, o dos o cien. Si los gustos de los que van incorporándose ahora son esos, ¿por qué no vamos a complacerlos, quién se va a oponer a ello?. Yo no veo a Nuestro Padre Jesús con otro estilo, con otra estructura, siempre tiene que estar así, y si es posible mejorar algo, pero volver a como iba la procesion hace ochenta años..., no se ve. Tendremos que adaptarnos a las nuevas tendencias. 

FOTOGRAFÍAS Y VÍDEO: ESPERANZA CALZADO

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