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"Siempre he buscado lo que era bueno para mi pueblo"

Por Javier Cano - Junio 20, 2021
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Del cuello de Victoriano Muñoz Rueda (Los Villares, 1950) cuelga desde el pasado 11 de junio la medalla de oro de su pueblo. Un nuevo reconocimiento a este 'hiperactivo' maestro, investigador, escritor, cronista, bloguero, entrenador de balonmano, a día de hoy estudiante de Geografía e Historia padre de familia numerosa más villariego que el mimbre, que saca horas de donde no existen para exaltar, cada uno de los días de su vida, la tierra que lo vio nacer.

Pese al cúmulo de honores que lo rodea, le pasa lo que al capitán MacWhirr de Conrad: su fisonomía, su forma de estar en el mundo es la réplica exacta de su carácter, que destila sencillez, humildad, modestia verdadera, como evidencia esta entrevista.   

—Prácticamente toda su vida profesional se ha desarrollado en Los Villares, donde da usted nombre al pabellón de deportes; ha pregonado las fiestas más importantes del municipio, es su cronista oficial y, desde hace nada y menos, su pecho soporta el delicado peso de la más importante de las distinciones que podía concederle su patria chica...

—Lo cierto es que me siento muy agradecido tanto a las instituciones como a mi pueblo en general. Allí nací y me crie, he tenido la suerte de ejercer como maestro y director también en el colegio, siempre he encontrado el cariño y el afecto de todos, de mis alumnos, de mis compañeros, de todo el pueblo. En ese aspecto, cuando me pusieron el pabellón, por ejemplo, fue para mí una enorme satisfacción, después de más de treinta años entrenando a equipos de balonmano. Tú lo haces porque te gusta, por satisfacción propia, porque ves cómo los jovenes mejoran. Y que luego te lo reconozcan, y sin esperarlo, pues es una satisfacción enorme.

—En su casa estarán más que orgullosos de usted, ¿no?

—Sí, y muy agradecidos; siempre me han apoyado y han sufrido el tiempo que he tenido que sacrificar. Tengo seis hijos, y recuerdo que estaba en un campeonato andaluz cuando nació uno de ellos. lo vi y me tuve que volver, porque jugábamos un partido. Son sacrificios que mi familia ha tenido que hacer, y se siente compensada cuando la gente reconoce tu labor. 

 El cronista, junto a la alcaldesa, posa con la
El cronista, junto a la alcaldesa, posa con la

—Una trayectoria casi inabarcable: docente, historiador, deportista, músico, bloguero de éxito... ¿Le viene de familia esto de tocar tantos palos, Victoriano, o con usted comienza la historia de la 'hiperactividad' entre los suyos?

—Tal vez, aquella época que yo viví de joven, en que no teníamos posibilidades, me hizo que cuando pude hacer algo tuviera el interés de que aquello que uno podía haber hecho y no hizo (porque faltaban medios) pudieran hacerlo otros jóvenes, darlo a los demás, que tuvieran aquello que yo no había tenido. 

—Entre tantas aficiones, tuvo que costarle trabajo decidirse por una para convertirla en su medio de vida...

—Mi vocación docente era fundamental, quería ser maestro y gracias a Dios lo pude ejercer y encima en mi pueblo, he dado clases a los hijos de mis amigos, a mis familiares, a todos en general, he tenido a padres y a hijos, he tenido alumnas que luego han sido compañeras en el colegio. Esa sensación de tú querer dar algo que a ellos notabas que les faltaba, o la cultura, que estaba falta de mover en algunos aspectos (se creó la revista La Fuente para promover un poco la cultura y la historia del pueblo...); que mi afán siempre ha estado en posibilitar que la cultura y el deporte se desarrollasen, porque no solamente tenía el club, sino que durante doce años organicé los juegos deportivos de verano, en colaboración con el Ayuntamiento, lógicamente, que era quien costeaba arbitraje y todo lo demás, pero la organización la he llevado yo; organicé doce años también la subida ciclista a río Frío, con la colaboración de la Federación de Ciclismo y del Ayuntamiento; o sea, que me movía en ese ámbito porque siempre me ha gustado que hubiese ese movimiento deportivo-cultural. Los ayuntamientos, de un color como de otro, han contado conmigo, yo no he tenido color político, siempre he buscado lo que era bueno para el pueblo. 

—Y padre de seis hijos... ¿Cómo ha multiplicado las horas para llevar adelante la obligación y la devoción?

—Yo aprendí de mis padres una cosa: que la constancia y la honradez son los dos raíles por donde mejor se camina en la vida. Y otra cosa, que aunque tengamos distintas posibilidades (yo no pude estudiar en un instituto, trabajaba por las mañanas en la oficina de un taller de artesanía y por las tardes un maestro me preparaba para el Bachillerato, que luego hice por libre); o sea que esa falta de posibilidades me enseñó una cosa: que Dios nos da a todos veinticuatro horas, que en eso somos todos iguales. Esta mañana, por ejemplo, estaba a las seis y cuarto levantado, antes de salir ya había hecho un trabajo que preparo para la revista Lugia, cuando otros se están levantando yo llevo ya tres horas trabajando. 

—Todo maestro ha tenido antes un maestro. ¿Quiénes han sido los suyos?

—Yo tuve dos maestros [Alfonso Alejo y Cristóbal Gómez]. Entré en la escuela con cinco o seis años y estaba Antonio García Barrios, en los tiempos de la escuela unitaria, yo tenía seis años y había niños de catorce en la misma clase. Él [el profesor] se dio cuenta de que no me sentía a gusto con el ambiente y me cambiaron con el maestro Alfonso Arias. Allí tuve yo grandes amigos, que ya lo eran en la infancia pero que allí se cuajó mas. Por ejemplo con Luis Parras, el que fue rector, que éramos vecinos y estaábamos en la misma clase, en la misma banca, y otros muchos. De ahí, cuando terminé, mis padres (la verdad es que ellos no tenían medios para traerme a Jaén, no había posibilidades) pero tampoco tenían mucha intención, porque no habían podido darles estudios a mi hermano, y tenían la sensación de que aunque yo era el menor, tenían que darme la formación que tuvo mi hermano en clase, en academias, prepararme para poder trabajar, pero no esa sensación de que estudiara. Fue mi hermano quien prácticamente obligó a mi padre; no es que lo obligase, pero le dijo: "Él va a estar trabajando, por las tardes va a tener un profesor, y luego en junio va a Jaén, al Virgen del Carmen". En tres días me tenía que examinar de todo el Bachillerato, y así hice yo el Bachillerato. 

—¿Qué dedo se cortaría que no le doliese? ¿Qué le llena más de todo lo que ha emprendido?

—No me cortaría ninguno. Sí soy consciente de que en cada etapa de la vida he hecho una cosa de la que no me arrepiento, de que cuando lo he dejado no he tenido sensación de que me falta, he estado satisfecho. Estuve treinta y tantos años entrenando en balomnano y lo dejé y estuve seis meses sin ir a un pabellón, porque temía volver; volví porque el equipo de veteranas necesitaba comenzar de nuevo y hasta que encontraran a otra persona, pero cuando tengo que dejar algo y meterme en algo nuevo me entrego, dentro de mis limitaciones, que tengo muchísimas.   

—¿Por qué el balonmano y no otro deporte?

—Porque cuajó. Yo nunca había sido de jugar al balomnano en un equipo, sí había jugado torneos escolares en Magisterio, pero nunca estuve en un club. Tenía unos amigos, como Manolo Ortega Cáceres, que entrenó al GAB Jaén, casado con una villariega amiga mía, y otros compañeros en Carchelejo, y allí comencé. Tuve buenos amigos en ese mundo que me formaron, como López Blas, aquel famoso y mítico jugador; hice muchos cursos, me formaron y fui dando pasos. También he llevado equipos de baloncesto, pero sobre todo me centré en el balonmano. Empecé en Carchelejo organizando competiciones escolares y ya, en Los Villares, creé un club. La gente que empezó conmigo de alevines iba haciéndose mayor, llegamos a poner al club en División Nacional y junto a ese equipo teníamos otro para que todo el mundo pudiera jugar, que practicara deporte allí. 

—Mire hacia atrás, haga balance. ¿Está satisfecho?

—Siempre hay cosas que uno puede decir: "Me he equivocado, haría esto o lo otro". Pero estoy satisfecho con lo que he vivido. 

—Con la música a otra parte, Victoriano, porque tampoco le ha sido ajena...

—He vivido la música. La banda de mi pueblo se llama Lázaro Rueda, y Lázaro Rueda era mi abuelo. Luego lo sustituyó como director mi tío, del mismo nombre. En la casa de mi madre, todos los varones (eran trece hermanos) estaban relacionados con la música. Y en la casa de mi abuelo paterno también, él era clarinete en la Banda Municipal, y mi padre clarinete también. La música la llevamos desde mis tatarabuelos para acá. 

—Y usted, clarinetista como sus ancestros.

—Clarinete, sí. Empecé tarde, a los cincuenta años de edad, pero no pude ir al Conservatorio. Para jubilarme decidí también incluirme en la banda, en la que estaba ya desde que se fundó, pero como padre de un alumno, en la directiva de la sección cultural. Pero como músico comencé a asistir a las clases y entré ya con cincuenta y nueve años.

—"Que a mí no me hace falta / para andar los caminos, / moverme de mi casa, escribió Manuel Alcántara. Da la impresión de que a usted le ocurre lo mismo que al poeta malagueño, que por mucho mundo que recorriese siempre volvía a su intramundo del Rincón de la Victoria. ¿Cuál ha sido el periodo en el que ha estado más tiempo fuera de Los Villares?

—Los años que estuve en Carchelejo, desde el curso 1977-1978 hasta el 81-82, cinco años magníficos.

—¿Cómo es que no iba y volvía?

—No, no, no. He tenido en mi mente siempre que donde estaba de maestro, debía residir. Yo me casé estando de maestro en Fuerte del Rey, me dieron plaza allí para seis meses y los viví allí; me gustaba hacer actividades por las tardes, emprender iniciativas con mis alumnos, y eso, si te vas fuera, si estás pensando en ir y volver, no puedes hacerlo. 

—Y ahora, ¿dejaría su pueblo?

—Ya no, ya no. 

—Pero, ¿qué tiene Los Villares para que lo ame tanto?

—No sé cómo explicarlo, pero siento el cariño de mi gente, tal vez porque yo también le doy cariño. Y sobre todo para mí, son todos mis alumnos, mis vecinos, a quien me pide ayuda en cualquier sentido intento dársela si está a mi alcance. Muchas veces encuentras sorpresas de gente que quizá por su forma de ser no lo expresa, pero en un momento dado notas que sí, nunca me pensaba yo que mis peores alumnos (los que como director a veces tenía que expulsar incluso) serían los que me al verme me hablarían con más cariño. 

—La pandemia, Victoriano, tenía que aparecer en esta entrevista. ¿Cómo la ha vivido alguien tan inquieto como usted? 

—Como hoy día tengo nuchos archivos ya digitalizados en mi casa, he escrito artículos, he hecho mucho con lo que tenia allí. Aparte de eso, me acerqué mucho al archivo de Los Villares cuando pudo estar abierto, y como allí estaba solo podía seguir investigando. 

—¿Tiene ya continuador, discípulo aventajado, alguien que tome su inmenso testigo?

—Seguro que surge, hoy los jóvenes están mucho más formados que yo, que lo he hecho todo con muchas ganas, pero con muchas limitaciones a la vez. 

Vídeo y fotografías: ESPERANZA CALZADO

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